Ha hecho falta que Alabama aprobara la ley más restrictiva contra el aborto en Estados Unidos para que el país y el mundo no puedan ya ignorar la cruzada que las fuerzas conservadoras llevan décadas librando para ilegalizarlo, intensificada desde la llegada de Donald Trump al poder. Ahora la lucha política y social por y contra el aborto ha estallado y se ha resituado como una de las guerras centrales en EEUU, prometiendo marcar las elecciones del 2020.

Esa cruzada conservadora no es nueva. Está en marcha desde que el Tribunal Supremo sancionó en 1973 el aborto con Roe versus Wade, una sentencia sostenida y matizada después por otras como Planned Parenthood versus Casey en 1992 sobre las que se construye la situación actual, con el aborto legal en los 50 estados. Pero si hasta ahora la estrategia conservadora había optado por ir aprobando leyes que gradualmente han ido imponiendo restricciones administrativas que han estado minando el acceso al aborto, ahora han decidido ir al centro de la guerra moral. Y constitucional.

Medidas extremas como la ley de Alabama (que no contempla excepciones por violación o incesto y plantea penas de cárcel de hasta 99 años para los médicos) u otras aprobadas recientemente en Georgia, Kentucky, Ohio, Misisipí y Misuri (que intentan vetar el aborto una vez que se ha detectado actividad eléctrica en las células embrionarias, llamada erróneamente por la simplificación «latidos del corazón»), no tienen opciones de entrar en vigor precisamente por su inconstitucionalidad. El pasado viernes la Unión Americana de Libertades Civiles y Planned Parenthood presentaban demandas contra las de Alabama y Ohio. Pero los promotores de las normas no ocultan su meta real: llegar de nuevo al Supremo, escorado del lado conservador con los dos jueces nombrados por Trump, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, y confiar en que deshaga la sentencia Roe y otras sobre las que se basa la jurisprudencia.

Los expertos cuestionan cuándo y cómo el Supremo podría actuar. Muchos dudan de si los jueces conservadores del Supremo, incluso en mayoría, osarán abrir la caja de Pandora que representaría ignorar y desarticular precedentes. Y se plantea también que si llegan a decidir hacerlo antes de las elecciones, arriesgándose a dar un golpe brutal a la idea de separación de poderes, quizá lo hagan no por los retos legales ante las últimas leyes draconianas sino aceptando estudiar algún caso previo.

Han sido las últimas y más extremas leyes las que han logrado provocar en filas progresistas una respuesta de indignación y alarma política y social que no había sido tan masiva ni generalizada en los últimos años ante las normas menos llamativas. Y el pasado martes, justo una semana después de que 25 hombres blancos en el Senado de Alabama dieran luz verde a la ley firmada al día siguiente por la gobernadora republicana Kay Ivey, miles de personas, sobre todo mujeres, salieron a las calles en más de 400 protestas organizadas en todo el país.

Ha sido una movilización femenina con más que ecos de las varias que se han vivido en EEUU desde que la victoria de Trump desató los temores a una regresión en derechos de la mujer, una organización e implicación que fue una de las claves para los triunfos demócratas en las elecciones de noviembre. Como ha dicho Ilyse Hogue, presidenta de la organización proabortista NARAL, «es el mismo nivel de energía, posiblemente más», que el visto en otros momentos de esta presidencia.

CONSENSO CRECIENTE / Por la manifestación de Washington pasaron candidatos demócratas que luchan por la nominación presidencial, varios de los cuales han puesto ya el acceso al aborto y la protección de la salud reproductiva en un lugar prominente de sus campañas. Kirsten Gillibrand, Elizabeth Warren, Cory Booker y Beto O’Rourke, por ejemplo, han anunciado propuestas específicas no solo para proteger los derechos de las mujeres sino también para ampliarlos.

La galvanización de las bases progresistas no es solo importante para determinar quién ocupará la Casa Blanca. Igual que sucedió en las últimas legislativas, podría permitir a los demócratas recuperar el control del Senado, donde se ratifican los nominados judiciales, y gobiernos estatales. Y ahí está uno de los mayores retos para los republicanos y para Trump.

Por ahora el presidente, aunque puede haber decepcionado a algunos de los más radicales opositores al aborto con su recordatorio en un tuit de que apoya las excepciones por incesto y violación, los está unificando también centrando su mensaje en el retrato de los demócratas como «extremistas».