«Nada contribuyó tanto al caos y la disfunción de la Casa Blanca como el comportamiento del propio Trump (…) La Casa Blanca le resultaba fastidiosa y un poco intimidatoria. Se retiraba a su propia habitación, la primera vez desde Kennedy en que la pareja presidencial ha tenido habitaciones separadas. En los primeros días, pidió dos televisores, que se añadieron al que ya había, y un pestillo para la puerta, lo que generó una pequeña disputa con el servicio secreto, que insistía en tener acceso a la habitación (…) Después impuso unas reglas nuevas. Nadie debía tocar sus cosas, especialmente su cepillo de dientes. Durante mucho tiempo temió ser envenenado, una de las razones por las que le gustaba comer en McDonald’s. Nadie sabía que iba a ir al restaurante, por lo que la comida, previamente preparada, sería segura. Si no cenaba a las 18.30 con Bannon, a esa hora estaba en la cama con una cheeseburguer viendo sus tres pantallas de televisión y haciendo llamadas».

«El teléfono era su verdadero nexo con el mundo. Con su esposa Melania Trump completamente ausente, su equipo se refería a Ivanka como la verdadera esposa y a (Hope) Hicks como la verdadera hija».