Lo que parecía imposible hace solo un mes es ahora una realidad. Joe Biden tiene el camino crecientemente despejado para conquistar la nominación demócrata después de que sus rivales moderados se quitaran de en medio a las primeras de cambio y el establishment demócrata cerrara filas en torno a su candidatura. Un escenario que responde más a los cálculos de su partido, secundados por legiones de votantes, que a las pasiones que el vicepresidente de Barack Obama despierta en el país. La lógica propagada desde los centros de poder esgrime que Biden es la apuesta más segura para ganar a Donald Trump y, por extensión, para devolverle la normalidad al país tras la tumultuosa presidencia del republicano. Un argumento más osado de lo que podría parecer.

«Este no es momento para asumir riesgos. Necesitamos al candidato más fuerte, así que nominemos al demócrata que Trump más teme. Voten a Biden. Derrotemos a Trump», decía el candidato en un reciente anuncio electoral. Lo cierto, sin embargo, es que el veterano político de 77 años está lejos de ser una apuesta segura, por más que casi todo el mundo lo describa como un hombre decente y cercano. Sus casi 40 años como senador en Washington han dejado un historial de controvertidas posiciones que tienen mal encaje con los vientos que soplan actualmente entre el electorado demócrata. Un bagaje en cierto sentido muy similar al que acabó lastrando la candidatura de Hillary Clinton hace cuatro años.

Como la exsecretaria de Estado, Biden tampoco tiene un mensaje poderoso o particularmente nuevo, más allá de devolver la buena educación a la Casa Blanca o retomar la senda que dejó Obama, una suerte de nostalgia por el pasado que podría resultar insuficiente cuando se pretende conquistar el futuro. Se enfrenta además a un problema añadido: las dudas sobre su estado mental.

Deslices explotados

Por más crudo que resulte el debate, se ha recrudecido a raíz de sus últimos lapsus en la campaña. En un mitin fue incapaz de repetir la frase más icónica de la Declaración de Independencia; ha confundido nombres de estados y personalidades; y en un debate llegó a decir que 150 millones de estadounidenses han muerto desde el 2007 fruto de las armas de fuego. Unos deslices que están siendo explotados tanto desde la derecha como desde la izquierda. «Lo van a internar en un hogar y dejar que otra gente maneje el país», dijo Trump hace unos días. «Resulta aterrador ver cómo las élites demócratas y mediáticas se niegan concienzudamente a discutir lo que cada día parece más evidente: el serio declive cognitivo de Biden», escribió Glenn Greenwald en The Intercept, un medio que apoya a Bernie Sanders.

El socialdemócrata no ha logrado que el historial legislativo de Biden le pase por el momento factura, pero todo puede cambiar, aunque el año pasado, afirmó: «Nada cambiará fundamentalmente conmigo».