La primera vez que Hillary Rodham Clinton se presentó a la presidencia tenía 16 años. Fue en Park Ridge, el suburbio blanco a las afueras de Chicago donde se crio en una familia de clase media sin margen para los lujos. Su padre, un republicano huraño y autoritario, regentaba un pequeño negocio de tapicería. Su madre, demócrata en el armario, era ama de casa y voluntaria en la iglesia metodista del barrio. El tumulto de los años 60 estaba por llegar, pero el cambio empezaba a cocinarse en lugares como el instituto de Maine East. Hillary se presentó a la presidencia de su consejo estudiantil, algo que nunca antes había hecho una mujer. Tiene que ser “realmente estúpida” para pensar que una chica puede ganar, le dijo uno de sus compañeros. Como le pasó a tantos otros después, su compañero se equivocaba.

Clinton está ahora a las puertas de culminar una vida dedicada al servicio público, tres décadas de carrera política en las que ha tenido que reinventarse para superar más obstáculos de los debidos por su condición de mujer y por las heridas que ha dejado la permanente exposición al espejo público. En su vida hay una constante. Su entorno tiende a adorarla. La considera una persona cálida, propensa a reírse y la primera en acordarse de los cumpleaños de los amigos o llamar para consolarlos. El público tiende a verla como distante, calculadora, opaca y siempre en guardia. Lo cierto es que sus índices de aprobación son mucho mejores cuando ocupa un cargo que cuando compite por él. Su competencia es innegable.

HACER POSIBLE LO IMPOSIBLE

En la universidad continuó demostrando sus dotes de liderazgo. Rodham fue elegida por sus compañeros para dar el discurso de graduación de su promoción en Wellesley, una falcultad para mujeres de la Ivy League. Era 1969 y para entonces su ideología había empezado a cambiar. Ya no era la republicana convencida de Barry Goldwater que mamó en casa, y lo demostró improvisando una respuesta al discurso previo de un senador republicano partidario de la guerra de Vietnam. “Durante demasiado tiempo nuestros líderes han usado la política como el arte de lo posible. El reto ahora es hacer una política que haga posible lo que parece ser imposible”, dijo Rodham. Su discurso tuvo eco nacional y por primera vez apareció en la revista 'Life'.

Desde allí se fue a Yale a acabar sus estudios de Derecho, después de que un profesor de Harvard le dijera que en su facultad no necesitaban más mujeres. En Yale conoció a Bill Clinton, pero antes de trasladarse con él a Arkansas, trabajó en la defensa de los niños, una de las constantes de su vida, y participó como abogada en la comisión del Watergate que acabó con la presidencia de Nixon.

LAS PRIMERAS LECCIONES

Arkansas le dio las primeras lecciones de su vida política. Tras solo dos años como gobernador, Bill Clinton perdió la reelección y Rodham pensó que parte de la culpa había sido suya. Su rechazo a adoptar el apellido de su marido, su atuendo de joven liberal y suactitud de mujer emancipada se habían cobrado un precio. Hillary optó por adaptarse al conservadurismo de Arkansas. Vistió más modosa y aceptó el apellido de casada. Su marido fue reelegido y los Clinton pasaron una década en la mansión del gobernador.

La carrera meteórica de Bill culminó en la Casa Blanca en 1992. Nada más empezar su presidencia, puso a la primera dama al frente de la reforma sanitaria. Hillary rompió nuevamente las convenciones al instalar su despacho en el Ala Oeste, a pocos metros del presidente. Las críticas arreciaron. Hillary viajó por todo el país, pero la reforma dividió al país y fracasó. La prensa la acusó de ser demasiado opaca e intransigente. El desprecio conservador había nacido.

EL 'CASO LEWINSKY'

Los escándalos marcaron aquellos años, algunos de ellos derivados de las infidelidades de su marido. Cuando se publicaron las revelaciones sobre Mónica Lewinsky, Hillary dijo inicialmente que no era más que otra muestra de la “vasta conspiración de la derecha”. Cuando se supo la verdad, quedó devastada. “Fue realmente duro y doloroso”, le dijo años después a la CNN. El bienestar de su hija Chelsea fue, según fuentes del entorno, lo que mantuvo al matrimonio unido.

Hillary volvió a reinventarse en 1999, cuando se presentó al Senado por Nueva York, un estado en el que no tenía raíces. Sus ocho años en Washington revelaron su verdadera personalidad política, marcada por la moderación y el pragmatismo. La ex primera dama trabajó codo con codo con los republicanos. Se ganó su respeto y se hizo incluso amiga de aquellos que habían demonizado a su marido promoviendo su ‘impeachment’.

EL PRIMER INTENTO

Luego llegó su primer intento para alcanzar la presidencia en el 2008 y sus cuatro años como jefa de la diplomacia del hombre que le arrebató el sueño de la Casa Blanca. Una vez más optó por priorizar las oportunidades que deparaba el futuro al rencor que había creado el pasado.

Hillary Rodham Clinton acaricia ahora la presidencia. Ya lo había dicho la tutora de su tesis en Wellesley: “Tiene la capacidad intelectual, la personalidad y el carácter para hacer una contribución destacable a la sociedad estadounidense”.