Habitualmente, lo primero que llama la atención en Du Pain et des idées, una de las panaderías más famosas de París, con su techo acristalado, sus espejos biselados y el encanto de un establecimiento que abrió sus puertas en 1875, es una cola de turistas. Habitualmente. Pero con la huelga que paraliza el transporte desde el 5 de diciembre muchos hábitos han cambiado. «Los turistas no llegan hasta aquí», dicen en la tahona decimonónica. Además, tras 16 días de paros, la gente está agotada de pedalear, caminar durante horas, soportar atascos o apretujarse en los pocos metros y autobuses que circulan en horas punta para llegar al trabajo. Y en vísperas de las fiestas navideñas, bistrós, restaurantes, pequeños comercios y hoteles se quejan de las consecuencias económicas del conflicto. «Es catastrófico. Las reservas han caído un 50% y todo son anulaciones. Es peor que en 1995», explica Carinne, de 51 años, en la recepción del Hotel Chopin. El contexto es diferente al que hace 24 años obligó al entonces primer ministro Alain Juppé a retirar la reforma de las pensiones, pero en el actual pulso entre Gobierno y sindicatos «son siempre los mismos los que pagan», dice la recepcionista.

CAJAS VACÍAS / Al frente de la tienda de juguetes antiguos y marionetas Pain d’épices, encastrada en el coqueto Passage Jouffroy, Olivier lamenta una caída de ventas del 60%. «En estas fechas solemos ser nueve empleados, pero ahora estamos tres porque clientes habituales que viven en provincias no pueden venir». Tampoco Elsa, dependienta de 31 años de la confitería La Cure Gourmande, ha hecho una gran caja. «1.200 euros, cuando normalmente hubiera hecho 2.400. Pero es que todo está muerto».

El tono afligido se repite entre los comerciantes de la zona. A veces, la ironía esconde un nítido cabreo. «¿Que cómo nos afecta la huelga? Nada. Estamos muy contentas de gastar un presupuesto vergonzoso para venir a trabajar y tener la mitad de clientes en el restaurante», barman en la brasería Le Brebant.

Según datos del Grupo Nacional Independiente de hoteles y restauración (GNI), el volumen de negocio de los hoteles ha caído entre el 30% y el 40%, una cifra que se eleva al 50% en el caso de cafés y restaurantes, desde el inicio del conflicto, que también repercute en la vida cultural: la asistencia a los teatros ha bajado un tercio y sólo en la Ópera de París se han anulado 28 representaciones, lo que supone unas pérdidas de cinco millones de euros.

«¿A quién quieren castigar?», se pregunta Ganite, de 54 años, dueña de una vinatería próxima al Mercado de Saint Martin. «La huelga es contraproducente, cansa a todo el mundo y no conseguirá nada. Al pequeño comercio lo está matando. La gente empieza a estar harta, por no hablar de los turistas y la imagen tercermundista que se está dando de Francia. El año pasado tuvimos cinco meses de chalecos amarillos y ¡ahora esto!», se desahoga. Tampoco el ritmo en las estaciones de tren era frenético a primera hora de ayer. En la del Este había casi más voluntarios de la empresa estatal de ferrocarril (SNCF) informando a los viajeros que trenes en las vías.

«Las cosas van bien, no hay conflictos», cuenta Nathalie tras explicarle a Sylvie, enfermera de 52 años de Amiens, qué puede hacer si su tren ha sido anulado. Sylvie tenía un billete comprado en octubre para visitar a su hijo, su nuera y su nieto Liam de 2 años. «El problema es que han suprimido los trenes de alta velocidad. Intentaré ir a Fráncfort y en el peor de los casos llegaré a las cuatro de la mañana». El destino de Dominique, informática de 60 años, para pasar los días de Navidad es Niza. Mientras hace cola para cambiar el billete del domingo se queja de que no hay manera de hacer la gestión a través de la web. «No he pisado París en 15 días porque trabajo desde casa. He venido solo para esto y espero no perder los 600 euros del hotel que tengo reservado», exclama. El Gobierno garantizó esta semana a los usuarios con un billete comprado que habría un tren para ellos en Navidades, pero el plan de la SNCF no parece ajustarse al del Ejecutivo.