El del velo es un malabarismo complicado en Turquía, donde los laicos lo consideran un símbolo tradicional, religioso y con poca cabida en un Estado moderno, mientras que los piadosos ven como un derecho el poder participar en la vida pública sin tener que renunciar a sus creencias (o recurrir a métodos ridículos, como vestir peluca para poder ir a la universidad sin enseñar el pelo antes de que se levantara el veto al pañuelo en la educación superior en el 2010).

A Fatma Karagül, una mujer conservadora y en la cuarentena, el fin de la prohibición en la universidad le pilló ya mayor y se quedó sin estudios superiores. “Mi padre no me dejó, porque me habrían obligado a no llevar el velo”, explica. Desde septiembre del 2014, el Gobierno permite que las estudiantes mayores de 10 años lo puedan llevar, por lo que Karagül podrá cubrir en breve a su hija para ir a la escuela si así lo quiere. Para la madre, levantar el veto al velo en la vida pública ha dado más libertad a las mujeres que lo visten.

Pero su opinión no cuenta con las simpatías de la minoría secularista y los defensores de los valores fundacionales de la Turquía de Atatürk. “No me parece bien que se permita el velo entre los funcionarios”, comenta Mehmet Muezzinoglu, un estudiante de ingeniería de 21 años. “¿Sabes cómo era Irán antes de la revolución islámica? Eran como nosotros. Y mira ahora. Igual dentro de poco nosotros somos los que nos parecemos a ellos...”, lamenta. Le preocupa que, en un futuro, Turquía pueda convertirse en un Estado islámico, aunque cree que “los secularistas no lo permitirían jamás”.

UTILIZACIÓN POLÍTICA

A Pinar Çankaya, una investigadora universitaria de 32 años, el cambio le parece injusto: “El secularismo ya no tiene espacio en la esfera pública”, opina. “Es un tema muy complicado, y creo que se está usando políticamente. Hay chicas a las que sus familias les obligan a cubrirse contra su voluntad. Y la prohibición les ayudaba a crecer sin taparse”.

Y regala un lamento como muestra de la evolución: “Cuando yo era pequeña, jugábamos a ponernos los zapatos de tacón de nuestras madres para parecer mayores. Ahora veo a las niñas poniéndose velo como sus madres para parecer mayores. Es muy triste cómo hemos cambiado”.