E l universo demócrata amaneció ayer mucho más ilusionado de lo que estaba el martes. La elección de la senadora Kamala Harris como número dos en la candidatura a la presidencia de Joe Biden no solo asegura el relevo generacional en el partido, sino que denota la intención del candidato de abordar las inequidades sociales y el racismo sistémico que galvanizan a su electorado. Algunos titulares describen la designación de Harris como una «apuesta segura» o una «elección lógica», principalmente porque cumple con el principio hipocrático que se aplica a la elección de los vicepresidentes: «lo primero es no hacer daño». Pero la trascendencia histórica de la decisión es innegable. Nunca antes una mujer negra había sido nominada para la vicepresidencia, un cargo al que solo optaron previamente otras dos mujeres.

Hija de una inmigrante india y un jamaicano, ambos académicos, la senadora de 55 años es amiga de Biden desde hace años. Una relación anclada en la cercanía que desarrolló en sus años como fiscal general de California con Beau Biden, el hijo primogénito del candidato, quien falleció en el 2015 cuando ocupaba el mismo cargo que ella en Delaware.

Biden ha pagado su deuda con el electorado negro que resucitó su campaña, pero no ha tratado de contentar a la izquierda del partido que desafío su nominación en la figura de Bernie Sanders. Ideológicamente Harris se le parece mucho.

Todo el partido ha dado a Harris una bienvenida entusiasta. Desde Barack Obama («está más que preparada para el cargo») al propio Sanders («entiende lo que comporta defender a los trabajadores y luchar por una sanidad universal»). También tiene nombre en la escena nacional. Conoce el Congreso, al que llegó en el 2017. Y está acostumbrada a los focos y la presión, después de haber sido candidata a la presidencia.

Su campaña levantó enormes expectativas y tuvo momentos vibrantes en varios debates, en los que demostró una personalidad vivaz y un verbo afilado, con el que paradójicamente hizo añicos a Biden por su cercanía a varios segregacionistas sureños y su oposición inicial a la desegregación de los autobuses escolares. Biden claramente no es rencoroso. Pero Harris tuvo que retirarse antes de que comenzara a votarse en Iowa. Su tránsito hacia el centro no funcionó, entre otras cosas porque no supo defender con convicción su cercanía a los sindicatos policiales en su época de fiscal o su timidez a la hora enfrentarse a las fallas del sistema penal. De algún modo, desde el final de su campaña, ha logrado redimirse. Cuando las protestas contra el racismo tomaron las calles tras el asesinato de George Floyd, Harris marchó con los manifestantes y se erigió en una de las voces más claras por la justicia social en el Congreso, donde ha promovido leyes para acabar con la inmunidad policial.