Ha tenido que pasar una guerra de tres años y más de 100.000 muertos -en un país que lleva en conflicto desde el 2003- para que el primer ministro iraquí, Haider al Abadi, pudiese por fin anunciarlo: el Estado Islámico ha sido borrado de Irak. Sus combatientes,proclamó ayer Abadi, ya no controlan ningún territorio en el país árabe.

«Nuestras tropas tienen el control total de la frontera con Siria y, por lo tanto, anuncio formalmente el final de la guerra contra el EI. Nuestro enemigo quiso matar a nuestra civilización, pero hemos ganado gracias a nuestra unidad y determinación. Hemos vencido en poco tiempo», aseguró el primer ministro iraquí este sábado.

En el éxtasis de la victoria, Abadi se muestra confiado; pero hubo un momento, en el 2014, cuando se anunció la creación del EI, que Irak estuvo a punto de sucumbir. Le faltó poco: Mosul, la segunda ciudad más grande del país, cayó en manos de los yihadistas en cuestión de pocos días.

Los soldados regulares iraquís huían: el Estado Islámico llegó a estar a poco más de 30 kilómetros de Bagdad, la capital del país, y de Erbil, la capital de la región autónoma kurda. El miedo a que llegasen a ocuparlas era real.

COALICIÓN INTERNACIONAL / Hace un año, sin embargo, llegó la contraofensiva. Con la ayuda aérea de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, Irak, sirviéndose además de sus tropas, de las milicias chiís -armadas y entrenadas por Irán- y de los peshmerga kurdos, empezó a ganarle terreno a los yihadistas.

La batalla fue larga. Mosul, que finalmente fue liberada este verano, tardó nueve meses en caer: solo en la pelea por la toma de esta ciudad se estima que murieron 40.000 civiles. Muchos de ellos fueron usados como escudos humanos de los miembros del EI, a los que mataban si intentaban escapar. Otros muchos, según reveló una investigación de The New York Times, murieron en bombardeos estadounidenses.

Tras la liberación de Mosul, la guerra se aceleró. Irak iba empujando al EI hacia la frontera con Siria y, en este país, el régimen de Bashar al Asad y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) -una coalición de kurdos y árabes contrarios a Asad- llevaban a los yihadistas al este.

Las grandes ciudades del EI, donde, en el 2014, en total, habían vivido 10 millones de personas, iban sucumbiendo. Palmira cayó en marzo, Mosul en julio, Hawija y Raqqa en octubre, Deir Ezzor en noviembre.

Y ahora, en diciembre, anuncia Bagdad, el Estado Islámico ha sido borrado de Irak. Pero no de la región: según la coalición internacional, desde hace dos meses los yihadistas han empezado a esconderse en las zonas desérticas del este de Siria.

«Se esconden allí para convertirse, cuando se queden sin territorio, en un grupo terrorista insurgente. Su idea es ser un califato virtual, que no será derrotado a corto plazo. En el futuro seguirá habiendo una amenaza del EI», explicó en noviembre un portavoz militar estadounidense.

Otros, sin embargo, han optado por escaparse en dirección a Turquía. La policía de este país, durante las últimas semanas, ha explicado que ha detenido a varios miles de personas que intentaban entrar ilegalmente a suelo turco. Son, en su mayoría, los excombatientes extranjeros del EI y sus familias: buscan volver a sus países de origen.

El presidente ruso, Vladímir Putin, también anunció el miércoles pasado que el Estado Islámico ya ha sido derrotado en Siria, en el valle del río Éufrates, la última zona bajo su control. Pero el grupo aún cuenta, según EEUU, con 3.000 miembros entre los dos países.