Vivir cerca de la frontera invisible que separa la Jerusalén occidental de la oriental es un privilegio. La melodía de los muecines que llaman a la oración desde las mezquitas llega a tu azotea, como lo hace el canto de las campanas de las iglesias cristianas. Los viernes, cuando cae el sol, el sonido impetuoso de una sirena te recuerda el inicio del shabat, día de descanso judío.

La religión es omnipresente en la ciudad tres veces santa, cuyas piedras milenarias rezuman espiritualidad, violencia, una agitada historia e intrincada política. Un cóctel explosivo que la posible decisión del presidente de Estado Unidos, Donald Trump, de reconocer Jerusalén como capital de Israel puede hacer estallar una oleada de violencia en la región.

Jerusalén es sagrada para las tres confesiones monoteístas mayoritarias, judaísmo, cristianismo e islam, y alberga la mayoría de los lugares santos de estas religiones: la mezquita de Al Aqsa, el Muro de las Lamentaciones y el Santo Sepulcro (donde la tradición señala que fue enterrado Jesucristo), amparados por los altos muros de la Ciudad Vieja.

Noble Santuario

En este casco histórico perteneciente a la zona este de Jerusalén, ocupada por Israel desde 1967, según la ley internacional, se encuentra la Explanada de las Mezquitas. En árabe, el recinto se denomina Haram al Qudsi al Sharif (Noble Santuario de Jerusalén). Aquí se erigen imponentes la Mezquita de Al Aqsa, el tercer sitio más sagrado para el islam, y la Cúpula de la Roca.

Trasladan a una mujer herida en la Explanada de las Mezquitas. / AHMAD GHARABLI (AFP)

Para los judíos es el sitio más santo porque albergó el Primer y el Segundo Templo, destruidos por babilonios y romanos. En hebreo denominan a la Explanada Har HaBayit (Monte del Templo).

Según la ley israelí, el acceso al recinto es libre para todas las religiones, pero se prohíbe el rezo a los no musulmanes. Con la firma del acuerdo de paz entre Israel y Jordania en 1994 se ratificó el statu quo de la Explanada y los jordanos administran el lugar con la autoridad religiosa islámica del Waqf. Los judíos rezan en el Muro de las Lamentaciones, que supuestamente estaba en el recinto del Segundo Templo.

En septiembre del 2000, el entonces líder de la derecha israelí, Ariel Sharon, entró en la Explanada y encendió la mecha que causó el estallido de la Segunda Intifada (levantamiento palestino contra la ocupación israelí).

Un judío ultraortodoxo se cubre la cabeza durante la bendición sacerdotal con motivo de la celebración de la Pascua judía junto al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. / ABIR SULTAN (EFE)

En los últimos años se han multiplicado las visitas de judíos extremistas a la Explanada y han provocado graves disturbios de palestinos que conllevan el cierre del recinto. Las restricciones de acceso a los fieles musulmanes son habituales.

La Explanada suele presentarse como el epicentro del conflicto entre palestinos e israelís, pero su lucha es política, no religiosa, aunque en este caso, la simbología de las confesiones tenga un gran peso.

"Yaser Arafat (líder histórico palestino) no era religioso, pero en las negociaciones de Camp David me dijo: Los palestinos no podemos renunciar a nuestra soberanía sobre Al Aqsa porque es un símbolo para todos los musulmanes del mundo", explica Moshe Amirav, miembro del equipo israelí que dialogó con los palestinos en Camp David en el 2000. "Cuando negocias y llegas a Jerusalén, tocas el hueso, el símbolo. Los símbolos son más importantes en Oriente Próximo que en ningún otro lugar", añade Amirav.

"Cuando negocias y llegas a Jerusalén tocas el hueso, el símbolo. Y en Oriente Próximo los símbolos son más importantes que en ningún otro lugar"

Para la gran mayoría de israelís, Jerusalén es su "capital eterna e indivisible", pero la ley internacional no les da la razón. La ciudad está dividida por una frontera ahora imperceptible a la vista, antaño marcada por alambradas y puestos de control: la Línea Verde, trazada en este color sobre el mapa del armisticio de 1949 que puso fin a la primera guerra entre Israel y una coalición de países árabes (1948-1949).

La línea divide la ciudad en este y oeste. Según el derecho internacional, la parte oriental pertenece a los palestinos -que quieren convertirla en la capital de su futuro Estado- y la occidental, a Israel. No obstante, la primera está ocupada y anexionada por los israelíes.

La comunidad internacional no reconoce a Jerusalén como capital de Israel. Si EEUU lo hace acabará con la idea consensuada de que el estatus definitivo de la ciudad solo puede determinarse en un acuerdo negociado.

Fieles palestinos corren a resguardarse del gas lacrimógeno lanzado por las fuerzas de seguridad israelís en la Ciudad Vieja de Jerusalén, en una imagen de archivo, el 21 de julio. / AHMAD GHARABLI (AFP)

De los 870.000 habitantes de Jerusalén, el 62% son judíos (25% religiosos ultraortodoxos), el 36% árabes y el 2% de otras comunidades. Los palestinos, mayoritariamente musulmanes, pero también cristianos, se concentran en el este de la ciudad desde que decenas de miles fueran expulsados de sus casas en el oeste por las fuerzas israelís o huyeran en la guerra de 1948.

Dificultades sin fin para los palestinos

Los palestinos jerosolimitanos no son ciudadanos de Israel, excepto una minoría que ostenta la nacionalidad. Su estatus es de residente permanente. Según la ley, si están en el extranjero más de siete años pierden su permiso de residencia. Israel ha revocado más de 14.000 desde 1967.

Los palestinos boicotean las elecciones municipales al no reconocer la anexión de la parte oriental a Israel, que prohibe la celebración de comicios locales palestinos en Jerusalén, donde la Autoridad Nacional Palestina no tiene poder.

Vista de Jerusalén. / THOMAS COEX (AFP)

Los palestinos de Jerusalén son ciudadanos de segunda, aunque pagan los mismos impuestos que los israelís. No se les conceden apenas permisos para edificar, y si lo hacen de forma ilegal les demuelen las casas, mientras los colonos judíos pueden instalarse en la zona oriental. Los servicios de limpieza en el este se prodigan poco y la red de transporte público se limita a un polémico tranvía que une el oeste con el asentamiento judío más lejano del este.

Algunos barrios orientales como Jabel Mukaber y Shuafat están divididos por el muro que Israel levantó dentro del territorio palestino de Cisjordania y que desconecta de Jerusalén al campus de la Universidad Al Quds.

El ayuntamiento intenta mostrar al exterior una urbe de película que esconde la ocupación, la discriminación y la pobreza, y se ha esforzado en potenciar la vida cultural y lúdica del oeste con eventos que buscan demostrar la unidad de la ciudad, evitar el éxodo de los jóvenes y atraer turistas.

Turismo que sube y baja

Cada año visitan Jerusalén centenares de miles de peregrinos, viajeros empedernidos y activistas políticos. El turismo, en gran parte ajeno a la ocupación y ciego ante los registros de palestinos contra la pared en plena calle, baja en picado cada vez que la tensión se dispara con olas de ataques palestinos o con ofensivas israelíes en Gaza.

Las bombas en cafés y autobuses se cobraron muchas vidas en la Segunda Intifada en Jerusalén, que parece el escenario de una feria de armamento. Centenares de viandantes van armados. El alcalde de la ciudad, Nir Barkat, los anima a hacerlo "para protegerse".

Barkat no pone tanto empeño en velar por los pocos establecimientos que abren en shabat y sufren protestas de judíos ultraortodoxos que exigen cerrarlos. El conflicto entre religiosos y seculares se hace cada vez más evidente en una ciudad donde hasta la arqueología es un campo de batalla. Los israelíes vuelcan sus recursos en buscar pruebas de la presencia ancestral de los judíos.

Ricardo Corazón de León y Saladino

Por la mítica Yerushalaim (hebreo) o Al Quds (árabe) lucharon miles de cruzados cristianos y guerreros musulmanes legendarios como Ricardo Corazón de León y Saladino, y personajes como Sir Lawrence de Arabia tejieron aquí sus intrigas políticas en época del Mandato Británico en Palestina (1920-1948).

La demencial Jerusalén -que cuenta con enfermedad mental propia, un síndrome bautizado con su nombre que hace creer a los enfermos que son Jesucristo, el rey David o algún otro personaje bíblico-, es uno de los principales escollos en las negociaciones entre israelís y palestinos. No en vano, la ONU propuso en el Plan de Partición de Palestina, aprobado en 1947, que la ciudad fuera un corpus separatum bajo régimen internacional.