Boris Johnson llegó este fin de semana a Manchester del brazo de su actual compañera, Carrie Symonds, para asistir a la conferencia anual del Partido Conservador. La pareja sonreía a las cámaras a pesar del reciente escándalo por el caso Arcuri, en referencia a la exmodelo californiana Jennifer Arcuri, de 34 años, reconvertida en empresaria tecnológica, a la que Johnson, siendo alcalde de Londres, visitaba a menudo en su piso del barrio londinense de Shoreditch. Además de llevarla de viaje en tres delegaciones comerciales oficiales, Arcuri logró una subvención de 100.000 libras para su compañía, Hacker House. Desde el viernes la policía estudia si hay pruebas suficientes para determinar que Arcuri recibió un trato de favor por su amistad con Johnson y si este cometió un delito penal por conducta indebida en cargo público. «Todo se hizo apropiadamente», respondió ayer el sospechoso.

Además del escándalo Arcuri, Johnson se presenta en Manchester vapuleado por el Supremo, que declaró ilegal la suspensión de un Parlamento sublevado por los intentos de ser silenciado sobre el brexit. Los ecos de la enorme crisis en la que anda el primer ministro no llegarán a la conferencia de Manchester. Nadie espera contestación interna durante la gran misa a mayor gloria de Johnson. Entre los asistentes están sus mayores fans, los miembros del partido que le adoran y le dieron un recibimiento triunfal hace un año, tras dejar el Gobierno de Theresa May.

Johnson pronunció entonces un discurso en un acto paralelo al programa oficial que eclipsó por completo el de May, el día de la clausura. Este año no habrá voces contra el primer ministro porque ya han expulsado a 21 diputados tories que se oponían a su estrategia sobre el brexit. Desde el estrado, Johnson arremeterá contra la «rendición» a Bruselas que supondría un aplazamiento y repetirá hasta la saciedad que sacará al Reino Unido de la UE el 31 de octubre. Exactamente lo que su audiencia quiere oír.