Los jóvenes de los barrios que rodean París, donde el paro dobla la media nacional y ser negro o árabe augura un vía crucis para entrar en el malogrado ascensor social, muestran un gran escepticismo respecto a las elecciones presidenciales que se disputarán en dos vueltas, el 23 de abril y el 7 de mayo.

Francia no se libra del ambiente general de desafección política que domina el continente europeo y, con dos aspirantes a la presidencia salpicados por la sombra de la corrupción, el electorado joven está tan desconcertado como el resto de los votantes. En las 'banlieues', a la incertidumbre se une una amarga sensación de frustración que hace impensable reeditar el escenario del 2012, cuando François Hollande obtuvo más del 80% de los votos al otro lado del cinturón periférico de París. Su predecesor se lo puso fácil. Nicolas Sarkozy nunca aplicó otra política que la mano dura y el tono despectivo para apagar los altercados que cíclicamente sacuden estas zonas donde la relación entre jóvenes y policías dejan mucho que desear.

El socialista propuso medidas de alto contenido simbólico para una población que procede mayoritariamente de la inmigración, como el derecho de voto para los extranjeros en las elecciones locales. O disposiciones para luchar contra la arbitrariedad policial y los controles de identidad basados únicamente en el aspecto de la persona, origen de discriminación y abusos. También se comprometió a reducir el paro. Pero nada de esto ha visto la luz y la luna de miel entre Hollande y las 'banlieues' se ha terminado. Buena parte de los seis millones de habitantes repartidos en 1.500 barrios denominados prioritarios se sienten decepcionados.

ENTUSIASMO ROTO

«Hay unas dudas enormes. La gente no sabe si irá a votar porque la última vez que lo hicieron fueron traicionados por Hollande, que prometió muchas cosas. En cinco años se han dado cuenta de que no ha respetado sus promesas para las 'banlieues'. El entusiasmo por la política se ha roto», cuenta a este diario Abiola Ulrich Obaonrin.

Abiola es un joven periodista que forma parte del equipo de 'Argot', una revista 'on line' que habla de la actividad económica de las 'banlieues'. Su objetivo es dar visibilidad a una población con enorme potencial pero oculta por la omnipresencia mediática de temas como la identidad o el laicismo.

El reportero cree que lo que necesitan estos barrios es una oportunidad. «No es una cuestión de dinero. Es darle a la gente la oportunidad de avanzar para que la aprovechen», añade.

SENSACIÓN DE ABANDONO

El jefe del Estado anunció en octubre del 2016 un presupuesto de 1.000 millones de euros suplementarios para el Programa nacional de renovación urbana 2014-2024 dotado con 5.000 millones. Pero a unos meses de las presidenciales, la buena noticia no alteró la sensación de abandono, de que nada cambia en la vida cotidiana de estos barrios. Tras los ataques terroristas de enero del 2015 contra la revista 'Charlie Hebdo', el exprimer ministro, Manuel Valls, habló de la existencia de un «'apartheid' territorial, social y étnico» e impulsó el proyecto de ley de igualdad y ciudadanía que ampliaba la cobertura médica para los jóvenes y facilitaba su acceso a una vivienda de protección social. Pero las inversiones no alivian los problemas que hunden sus raíces en el terreno de los símbolos.

«Durante todo el mandato, los habitantes de las 'banlieues' han estado en la diana. Un día por el 'burkini', otro por el laicismo o por un primer ministro que habla de prohibir el velo en la Universidad. Ha habido muy pocos mensajes positivos. Así que, a pesar de los esfuerzos financieros, las heridas son profundas y para muchos, en lo que se refiere a la estigmatización, Hollande y Sarkozy son iguales», se lamentaba hace meses Benoît Hamon, candidato del Partido Socialista al Elíseo.

FRACASO TOTAL

Hijo de un obrero de Brest, Hamon, de 49 años, se presenta como el candidato de la juventud, de las 'banlieues' y de los desfavorecidos con un programa que incluye dos de las promesas incumplidas de Hollande: el derecho de voto para los extranjeros en los comicios locales y un registro de los controles policiales basados en el aspecto.

Sin embargo, Inès Seddiki, diplomada en la Escuela de Gestión de Grenoble que ha crecido en la periferia parisina, entre Sarcelles, Saint Denis y Stains, muestra sus dudas. «En los barrios populares hay mucha gente que ha jurado no votar nunca jamás al Partido Socialista, porque ha sido un fracaso total», cuenta a EL PERIÓDICO.

Esta joven de 25 años preside la asociación Ghett'Up, que pretende cambiar la imagen de la opinión pública francesa sobre la banlieue, animando a sus habitantes a participar en el debate político para evitar que otros hablen en su nombre. «Yo creí de verdad en el Partido Socialista de las últimas presidenciales. Creí que Hollande haría avanzar las cosas, pero nunca hemos visto cumplidas sus promesas. Es una traición muy dolorosa», se queja.

«En el barrio hay quien apela a boicotear estas elecciones, a no votar, aun a riesgo de ver ganar al Frente Nacional, para enviar un mensaje fuerte. La situación de los electores es realmente desesperante, porque no creemos en nada y será complicado llevarnos a las urnas», reconoce.

Inès y Abiola fueron invitados el pasado 30 de marzo a un acto que el candidato de En Marcha!, Emmanuel Macron, organizó en un local de nombre elocuente (La Fábrica) situado en un lugar significativo, Saint Denis, cerca del Estadio de Francia, en la periferia noreste de París. Con una puesta en escena muy americana, el exministro de Economía de François Hollande escuchó las ideas de gente que ha salido adelante siendo de banlieue, y expuso las suyas para estimular estas zonas desfavorecidas si alcanza el Elíseo.

EL DISCURSO DE MACRON

Macron pone el acento en la educación y en el empleo con una oferta política que para el sociólogo del Centro Nacional de Investigación Social (CNRS) Julien Talpin está dirigida a «emprendedores de la diversidad», en línea con su discurso liberal y meritocrático.

Aunque el antiguo banquero de Rothschild no sea percibido como un ardiente defensor de las minorías, al menos no aparece como un islamófobo reaccionario y puede seducir a una minoría diplomada de los barrios periféricos, inmigrantes de tercera o cuarta generación que se topan con un techo de cristal, ha explicado Talpin en 'Libération'.

En el mismo diario, el especialista en política urbana e investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de París Thomas Kirszbaum cree que Macron juega la carta de la banlieue ante la perspectiva de un duelo en segunda vuelta conMarine Le Pen.

La líder ultraderechista opta por la mano dura con un «plan de desarme» para las 'banlieues', reforzando la presencia del Estado en las zonas «fuera de la ley», una lucha sin cuartel contra el islamismo radical y el comunitarismo y la defensa del principio de asimilación para la población de origen inmigrante. Le Pen no es precisamente popular en los suburbios repletos de minorías donde el discurso de Macron, más inclusivo, sienta bien.

DECEPCIONADOS

Aunque, según Kirszbaum, «nada indica que haya un entusiasmo por Macron en los barrios populares, a los que su equipo ve como una reserva de votos, la de los decepcionados del Partido Socialista. Pero, como demuestran los últimos estudios de opinión, el primer partido de las 'banlieues' sigue siendo el de los abstencionistas».

Lo que se oye sobre el terreno corrobora esa idea. «Todo el mundo sabe que la gente de los barrios no irá a votar», nos cuenta con voz reposada Nawfal, un joven de 27 años de Clichy sous Bois, en el local de la asociación AC le Feu, creada en el 2005 tras la muerte deBouna Traoré, de 15 años, y Zyed Benna, de 17. Los chicos habían jugado un partido de fútbol y volvían a casa porque sus padres les esperaban para romper el ayuno del Ramadán cuando avistaron un coche policial y echaron a correr refugiándose en un transformador. Acabaron electrocutados. El drama originó la mayor revuelta que han conocido hasta la fecha las 'banlieues' francesas.

«Desde la 'Marche des Beurs' no ha cambiado nada», prosigue Nawfal. Se bautizó así la primera marcha antirracista que durante meses recorrió Francia en 1983. El presidente François Mitterrandprometió a la delegación que recibió en el Elíseo un proyecto de ley para que los extranjeros pudieran votar en las elecciones locales. Igual que Hollande 30 años después.

COQUETOS EDIFICIOS BAJOS

No obstante, algunas cosas sí han cambiado. En la zona alta de Clichy se han sustituido las torres de hormigón por coquetos edificios bajos, limpios, modernos y coloridos rodeados de zonas verdes. Desde el 2004 se han construido 1.000 viviendas, según el alcalde socialista,Olivier Klein.

Otras, en cambio, siguen igual. Aunque la separan solo 15 kilómetros de París, se necesita una hora y media de transporte público para llegar a Clichy, lo que acentúa su aislamiento. En octubre pasado se iniciaron las obras del tranvía que prometió Jacques Chirac en el 2005 y el metro se perfila en el horizonte del 2023.

Aquí, más de la mitad de sus 30.000 habitantes es menor de 25 años y la tasa de paro dobla la media nacional hasta alcanzar el 23%, rozando el 40% en algunos barrios.

Nawfal es licenciado universitario. Está terminando un máster en gestión local y busca trabajo. «Lo que le interesaría a la gente es que haya justicia y acceso al trabajo para todos. Que la policía detenga a quien hace una tontería y que la justicia condene a un policía si comete una falta. Que alguien que se llame Mohamed tenga las mismas posibilidades de tener un empleo que alguien que se llame Martin o Bernard. Pero eso no pasará de la noche a la mañana», reflexiona.

EL ESTIGMA DE LA VIOLENCIA

Nawfal cree que si los votantes de los barrios no se tomarán la molestia de acudir a las urnas es porque los políticos no hablan su mismo lenguaje. «Hablan de nuestros barrios para estigmatizarlos, para hablar de violencia. Da igual quien gane las elecciones, la gente como yo va a seguir siendo controlada por la policía solo por el aspecto», lamenta el joven.

La realidad le da la razón. En la explanada que comparten varios edificios altos de viviendas próximas a la alameda de Gagny cuatro agentes de policía piden la documentación a unos jóvenes que tienen su coche aparcado frente a una animada tienda de ultramarinos. Desde allí, Said observa una escena que, dice, es cotidiana. Un anciano con chilaba saluda a los agentes como si fueran viejos conocidos. La policía se va. La vida sigue con una plácida normalidad pero, a veces, estos episodios se complican, como sucedió hace dos meses en Aulnay sous Bois cuando Théo, un chico de 21 años, fue víctima de una presunta violación durante un control policial y la banlieue estuvo a punto de volver a estallar. Igual que en el 2005.