El juicio más esperado en Hong Kong empezó ayer con advertencias al jurado sobre las “extremadamente desagradables” fotografías y videos que les esperaban. Son algo más que eso. El joven banquero inglés Rurik Jutting está acusado de haber matado a dos veinteañeras indonesias con largas torturas de por medio. Fueron excluidos del jurado quienes admitieron que no veían películas de terror o sangrientas.

La tradicional escasez de material para la crónica negra en la tranquila y civilizada excolonia británica explica el interés mediático desde que la policía entró en el apartamento de lujo de Jutting dos años atrás. En el suelo encontró el cadáver fresco de Seneng Mujiasih con navajazos en cuello y nalgas. En una maleta de la terraza estaban los pedazos de Sumarti Ningsih. La fiscalía ha explicado hoy que Ningsih había sufrido durante tres días “actos violentos cada vez más crueles” con juguetes sexuales, cinturones y alicates hasta que fue degollada en el retrete. Mujiasih llegó al apartamento seis días después, gritó cuando vio una mordaza preparada y fue acuchillada de inmediato.

El propio banquero llamó a la policía para entregarse. Estaba blanquecino, con barba de varios días y hablaba de forma inconexa. “Parecía que estaba alucinando”, relató el fiscal. “No podría haberlo hecho sin cocaína”, aclaró Jutting. Se había grabado en su teléfono explicando su primer asesinato, cómo disfrutó dominando a su víctima y convirtiendo sus fantasías en realidad. Su defensa ha admitido dos homicidios involuntarios con el atenuante de los efectos de las drogas frente a los dos asesinatos que solicita la fiscalía.

VISIONADO DE GRABACIONES

El jurado ha visto este martes varias de las grabaciones. El acusado enfoca la cámara al cuerpo inerte en el suelo de la víctima vestida antes de dirigirla hacia sí mismo: “Mi nombre es Rurik Jutting. Hace sólo cinco minutos he matado, asesinado, a esta mujer aquí. Es la noches del lunes. La he mantenido cautiva desde la mañana del sábado. La he violado repetidamente, la he torturado salvajemente”, confiesa. Después se define como antiguo empleado en un banco, “desempleado reciente y violador y asesino a tiempo parcial”.

En otra grabación se le ve torturando a la víctima. El diario local South China Morning Post describe la escena en un artículo con advertencias sobre su contenido. “¿Cuánto me amas? ¿Me amas? Si respondes que sí, te golpearé una vez. Si dices que no, te golpearé dos veces. Si gritas, te pegaré puñetazos”. El antiguo banquero está semidesnudo y habla con voz siempre calmada a la mujer. Amenaza con arrancarle los pezones y fantasea con torturar a tres jóvenes en el Reino Unido.

Ninguna sociedad está a salvo de gratuitos crímenes horripilantes. Pero en esos asesinatos muchos vieron, además de la sinrazón de un perturbado, un contexto de desigualdades sociales que empuja a la desmesura.

ESTUDIANTE EN CAMBRIDGE

Jutting había estudiado en Cambridge, trabajaba en el prestigioso banco Merrill Lynch y vivía en un epatante edificio con piscina, club de fumadores y restaurante de tres estrellas Michelin. Y sólo a unos pocos minutos andando de esa burbuja autosuficiente encontraba los locales del barrio rojo de Wanchai, donde las señoritas se muestran con sucintos modelitos en la calle y las madames atosigan a los viandantes y queman incienso para la buena marcha del negocio.

La minúscula isla tiene la mayor densidad de millonarios por metro cuadrado del mundo y una célebre prostitución alimentada por las inmigrantes del vecindario asiático menos desarrollado. Jutting llegó a Asia sin haber cumplido la treintena, con más dinero del que podía gastar y tentaciones tan cercanas como baratas. Sus crímenes estimularon el resentimiento local hacia esos banqueros blancos y libertinos que confunden la isla con su patio de recreo. Los relatos de otros banqueros extranjeros en Hong Kong revelaban una vida de trabajo estresante engrasada con drogas, prostitutas y fiestas sinfín. Un cóctel al que algunos sucumben.

El rincón opuesto de la sociedad hongkonesa lo ocupan las cientos de miles de filipinas e indonesias empleadas como nannies o prostitutas. Acumulan años denunciando la discriminación de la ley: los banqueros europeos reciben la nacionalidad hongkonesa tras varios años de residencia mientras a ellas se las niega de por vida. Las organizaciones de inmigrantes siguen de cerca el juicio de Jutting. Exigen compensaciones y un castigo ejemplar para el joven blanquito de Cambridge.