Donald Trump se ha pasado media vida litigando en los tribunales. A lo largo de su carrera como empresario, constructor, presentador de televisión y personaje de la farándula se ha enfrentado a más de 3.500 causas legales, según el recuento que hizo hace tres años USA Today. Ninguna de ellas, sin embargo, tan trascendente como la que ahora comienza.

El presidente de Estados Unidos se juega su supervivencia política en el juicio que mañana empieza en el Senado. Un juicio más político que judicial en el que tendrá que defenderse de los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso por sus polémicas gestiones en Ucrania con la pretensión de perjudicar a su rival demócrata Joe Biden. La historia corre de su parte. Los únicos dos presidentes que se enfrentaron antes a un impeachment -Andrew Johnson y Bill Clinton- salieron airosos. Ese mismo desenlace se espera para Trump, aunque no debería darse por descontado.

Cada día surgen nuevas revelaciones y potenciales testigos que podrían agrietar la defensa numantina que preparan los republicanos. Mañana comienza en el Senado el espectáculo con los argumentos iniciales de las partes.

EL JUICIO / Las reglas del juicio están todavía por determinar, desde cuánto durará el proceso a los testigos que declararán. El juicio a Andrew Johnson (en 1868) duró 11 semanas; el de Bill Clinton (en 1999), solo cinco. De lo que no hay duda es de que presidirá las sesiones John Roberts, el presidente del Tribunal Supremo, un magistrado de pasado republicano que goza de un amplio respeto en Washington.

Se espera que su papel sea más ceremonial que otra cosa porque las decisiones sobre el procedimiento o los testigos las adoptarán los senadores por votación. Esos senadores ejercerán de jurado. Los conservadores tienen mayoría en la Cámara (53 frente a 47 demócratas) y, por lo tanto, el control del proceso. Para forzar la destitución de Trump se necesitan dos tercios de votos, lo que implicaría el apoyo de 20 senadores republicanos.

Los demócratas al frente de la Cámara de Representantes han escogido a siete de sus diputados para ejercer de fiscales. Todos ellos sirvieron como juristas antes de dedicarse a la política o trabajaron para las fuerzas del orden. Dos de ellos ya han tenido un papel fundamental en este impeachment: Adam Schiff, que ejercerá el papel de fiscal en jefe, presidió los interrogatorios a los testigos en el Comité de Inteligencia, y Jerry Nadler, al frente del Comité Judicial, redactó los cargos contra Trump.

Nadler es uno de los congresistas que mejor conoce al presidente y la rivalidad es notoria. Se enfrentaron por primera vez en 1985, cuando bloqueó los fondos federales para un proyecto urbanístico de Trump en Manhattan.

El consejero legal de la Casa Blanca, Pat Cipollone, liderará el equipo de abogados de la defensa. Discreto y poco amigo de las cámaras, Cipollone ha demostrado ser un feroz defensor del presidente con una interpretación muy amplia de las atribuciones del poder ejecutivo. Trump ha recurrido también a Kenneth Starr y Alan Dershowitz, comentaristas habituales de Fox News. El primero lideró la investigación que condujo al impeachment de Clinton en los noventa y el segundo es uno de los expertos constitucionalistas más conocidos. Ya trabajaron juntos en la defensa de Jeffrey Epstein, que se suicidó el año pasado tras explotar sexualmente a decenas de niñas.

Los demócratas han señalado a muchos testigos potenciales, pero no está claro que los republicanos vayan a permitir que declaren. En lo más alto de la lista están John Bolton, el ex asesor de Seguridad Nacional de Trump, quien se distanció asqueado de las gestiones en Ucrania, y Lev Parnas, quien hizo de intermediario para Rudy Giuliani en el país eslavo. Parnas hizo la semana pasada unas declaraciones explosivas al revelar que Trump lo «sabía todo» sobre los esfuerzos orquestados por Giuliani para presionar a Ucrania con fines partidistas. No se espera que el presidente comparezca o preste declaración.