"Dammbruch" ("Ruptura") es la palabra que llena medios y redes sociales hoy en Alemania. La reciente elección del candidato del minoritario FDP en el Parlamento regional de Turingia con votos de los democristianos de la CDU y de la ultraderecha de AfD ha roto, efectivamente, algo en la política alemana. A pesar de que la enorme presión ha obligado al político del FDP a dar marcha atrás, dimitir e intentar convocar nuevas elecciones, lo ocurrido supone un antes y un después para Alemania.

Por primera vez en la historia de la República Federal, los votos de un partido ultraderechista han servido para nombrar a un jefe de Gobierno de un estado federado. Es el último aviso de una larga lista de advertencias sobre que algo no está funcionando en el sistema político de un país acostumbrado a la certidumbre y la estabilidad. El avance electoral de AfD y su capacidad de condicionar al resto de partidos son los más claros síntomas de ello.

Que CDU y AfD votaran conjuntamente por un mismo candidato en Turingia es especialmente grave para el partido de Angela Merkel: en primer lugar, porque en el ADN político de la democracia cristiana alemana está evitar a toda costa que una formación se abra paso electoral en su flanco derecho; en segundo lugar, porque se hace difícil creer que no fuera una decisión consensuada entre la federación regional de la CDU y la ultraderecha; y en tercer lugar, porque el líder de AfD en Turingia es Björn Höcke, el cabecilla del ala más radical del partido ultraderechista que raya con el neonazismo. Ir de la mano con AfD en Turingia supone cruzar demasiadas líneas rojas de una sola vez en un país tan marcado por el trauma nacionalsocialista.

AKK, superada

La votación de Turingia tendrá muy probablemente más repercusiones a nivel nacional y para los partidos implicados, especialmente para la CDU. Su presidenta, Annegret Kramp-Karrembauer (AKK), es la primera damnificada. La actual ministra federal de Defensa y teórica sucesora de Merkel sale muy malparada. "¿Ni siquiera se pudo usted imponer a una pequeña federación de su partido?", le preguntó esta semana una periodista de la televisión pública alemana a AKK.

La pregunta deja nuevamente en evidencia algo que hacía meses se dibujaba en la cúpula democristiana: la actual presidenta del partido más votado de Alemania está superada por las circunstancias. A día de hoy, pocos apuestan por que ella vaya a ser la candidata de la CDU a la cancillería y, por tanto, la probable sucesora de Merkel en el poder.

Es un mal día para la democracia, dijo desde la distancia Merkel ante el caos parlamentario ofrecido por su partido en Erfurt. Las duras palabras de la cancillera, de gira oficial en África, no dejan lugar a dudas: AKK no ha estado a la altura. A la (todavía) presidenta de la CDU se le agota el tiempo.

Mensaje diáfano

El episodio de Turingia también supone un claro mensaje de ciertos sectores de la CDU con la vista puesta en la era post-Merkel: cada vez más voces dentro del partido (y especialmente en el Este) se atreven a poner en entredicho el cordón sanitario ordenado desde la presidencia. En las federaciones orientales democristianas hay sectores que piden abiertamente sondear coaliciones con la ultraderecha.

Cuando Merkel se despida del poder -en otoño del 2021, como muy tarde-, la ruptura que tantos titulares desata estos días en Alemania podría escenificarse dentro de la propia CDU.