Tras la victoria de la selección femenina de fútbol de Estados Unidos en el mundial de Francia del pasado verano, sus fans les recibieron en Nueva York con vítores y aplausos. Resonaba el eco de un reclamo más fuerte que los demás: igualdad de salarios. Todas coincidían que el equipo de Megan Rapinoe se merecía el mismo trato económico por el mismo trabajo. Sus dos millones de euros de recompensa comparados con los nueve que recibía el campeón masculino del mundo eran una comparación irrisoria. Hay otra peor: en Estados Unidos las mujeres afroamericanas cobran 61 centavos por cada dólar que gana un hombre blanco; las latinas, apenas 53.

Amora Harding trabaja en un centro médico de Sacramento que provee de forma gratuita a aquellos que no pueden acceder a un buen servicio médico por falta de recursos. "El trabajo social suelen hacerlo mujeres y específicamente mujeres de minorías; aún así, los pocos hombres que hay acaban cobrando más", recrimina la joven afroamericana.

"Aún hay la asunción de que las mujeres afroamericanas no son tan buenas para ciertos trabajos; no importa que tengan la misma educación que sus congéneres blancas o sus compañeros de raza", aclara Alika Kumar, experta en el tema de la igualdad de salarios y directora ejecutiva del centro de negocios de la Agencia de Desarrollo de Negocios Minoritarios .

Las estadísticas no mienten y es que precisamente el grupo de mujeres latinas y negras con educación más avanzada son las más castigadas por la brecha salarial con diferencia. No importa el ámbito profesional, ya que es un fenómeno extendido en todos ellos. "Las mujeres y los trabajadores de color tienen mayor probabilidad de trabajar en sectores con salarios más bajos", aclara Jessica Mason, la analista política senior del equipo de Justicia Económica de la Asociación Nacional para Mujeres y Familias.

NEGOCIAR EL SALARIO

Alyssa de la Rosa es química y ha trabajado en el sector privado y público tanto para el Gobierno de Estados Unidos como para el estado de California, donde está empleada actualmente. "Trabajar para el Gobierno me ha facilitado mucho el no tener que pasar por el período de negociar tu salario cuando te contratan", confiesa la joven latinoamericana. "En el sector privado lo más importante es que sepas lo que vales antes de llegar allí y eso pone a las mujeres y a las personas de color en una posición más fácil para infravalorar su trabajo", explica. "En cambio -añade-, los hombres blancos tienden a venderse muy bien a sí mismos, llevan toda la vida haciéndolo".

Más de la mitad de los nuevos negocios estadounidenses en propiedad de una mujer son iniciados por mujeres de color, es decir, afroamericanas, hispanas, de origen asiático o nativoamericanas, pero eso no cambia las actitudes arraigadas en las empresas que siempre han estado ahí. "En mi último trabajo solo me contrataron para cumplir con la cuota de diversidad ya que era la única afroamericana de la compañía", denuncia Harding. "Por cosas como esta, siento sobre mí el peso de toda la raza: esto supone un esfuerzo extra cada día para demostrar que no solo yo soy buena en mi trabajo, sino que todas las mujeres afroamericanas lo son", concluye la joven.

OÍDOS SORDOS

En un país cada vez más concienciado sobre la discriminación racial con movimientos como #BlackLivesMatter en contra de la brutalidad policial contra las personas afroamericanas, el mercado laboral parece hacer oídos sordos a las voces de miles de mujeres. De la Rosa denuncia otro mecanismo que utilizan las empresas ("quiero pensar que involuntariamente", afirma) y que le afecta directamente. "En mi anterior trabajo contrataron a un hombre blanco como mi supervisor cuando ambos teníamos la misma experiencia y educación; siento que los empleadores crean estos puestos para justificar un salario más alto cuando en realidad estamos haciendo el mismo trabajo", se queja la química. "Y lo peor es que muchas veces tienes que entrenar a estas personas que ganan más dinero que tú y van a estar por encima tuyo", reprocha a las compañías privadas.

Aunque la diferencia es abrumadora, Harding insiste en dejar atrás los números. "Perdemos mucho tiempo haciendo estudios y buscando datos para saber si la brecha salarial es biológica o socioeconómica", critica la asistente médica. "Nosotras sabemos por qué hay una brecha salarial: es sistémica porque el racismo está enraizado en nuestro país y en todas estas empresas", reivindica la joven afroamericana. De la Rosa reitera que la causa está en el sistema: "El racismo y el machismo están integrados en el funcionamiento del capitalismo".

"Cuando se les paga menos a estas mujeres, tienen menos capacidad de ahorrar y además, cuando se jubilan reciben pensiones mucho más bajas, muchas mujeres negras y latinas acaban pasando su última etapa vital en la pobreza", alarma Alika Kumar. Las desventajas no son solo para ellas mismas sino también para la economía del país. Según un estudio del Instituto de Investigación de Políticas de la Mujer, la economía estadounidense habría generado ingresos de 512.600 millones de dólares más si existiera una igualdad real de salarios, casi el 3% del PIB del 2016. Además, "son las mujeres quienes gastan el dinero: si les pagamos más, ese dinero volverá a la economía", concluye Kumar. "Si todas estamos pagando los mismos impuestos, comprando en los mismos supermercados, ¿por qué no se nos paga igual?", se pregunta De la Rosa.