Mauricio Macri votó ayer temprano en una escuela del barrio de Palermo de Buenos Aires. A diferencia de otras contiendas, la intranquilidad se le dibujó en su rostro. «Esta elección define los próximos 30 años», dijo el presidente, que busca su reelección el 27 de octubre. Las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) le darán una pista exacta de cuán cerca está de ese objetivo porque funcionan como una suerte de encuesta inapelable del electorado. Los sondeos previos no favorecían al presidente, quien no pudo privarse de recordar a los 34 millones de electores que «los mercados esperan que los argentinos sigamos en el mismo camino».

Alberto Fernández, candidato de un peronismo que esta vez se unió, lanzó su propia advertencia. «Los fiscales tienen que garantizar que las cosas salgan bien» porque el Gobierno de derechas «hizo todo lo necesario para que se generen dudas en el sistema de traspaso de datos», expresando nuevamente su temor a una manipulación oficial del escrutinio provisional. Las autoridades garantizaron un recuento transparente.

«Queremos transparencia y necesitamos certeza con los resultados y que nadie los use para manipular. Que nadie se vaya a dormir pensando que pasó una cosa y luego sucedió otra», pidió Axel Kicilof, candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires, donde se concentran el 40% de los sufragios. La actual gobernadora María Eugenia Vidal, la figura más carismática del macrismo, carga sobre sus espaldas la responsabilidad de preservar algo más que su bastión: las mismas posibilidades futuras de Macri.

Alberto Fernández lleva como vicepresidenta a Cristina Fernández de Kirchner. Las PASO permitirán verificar qué pesa más en una parte de esta atribulada sociedad: el peso de una crisis económica voraz o la antigua aversión a la figura de la exjefa de Estado. Lo que vote ese sector determinará si el peronismo gana en primera vuelta o habrá una segunda en noviembre.