En el Consejo de Ministros de François Hollande, la relación entre Emmanuel Macron y Ségolène Royal era tan buena que cuando el joven titular de Economía se lanzó a la carrera por el Elíseo encontró en la excandidata socialista a la presidencia un apoyo entusiasta.

Pero las cosas empezaron a torcerse al ritmo que se frustraban las expectativas de Royal, que esperaba una cartera en el nuevo mundo macronista y se encontró con un premio de consolación: el de embajadora para la negociación de los polos Ártico y Antártico. De ese puesto que ocupa desde septiembre del 2017 será cesada en breve por su insistente costumbre de criticar la política del presidente sin mantener el llamado derecho de reserva que se espera de un servidor público. En otras palabras, el Ejecutivo cree que ha sido desleal.

La antigua ministra de Medio Ambiente, también contrariada al ver que el presidente no proponía su nombre como comisaria europea, no se mordió la lengua durante la crisis de los chalecos amarillos, acusando al Gobierno de «alterar el país y sembrar el desorden con decisiones políticas que enfadan a los franceses».

Ha criticado la política ecológica de Macron y ha fustigado el «ego machista» del Gabinete en la reforma de las pensiones o la cercanía de Macron con «el mundo globalizado de los negocios».