La extrema derecha golpeó ayer Nueva Zelanda con el más devastador atentado de su historia. Un ataque a dos mezquitas en Christchurch dejó 49 muertos y una cuarentena de heridos, más de la mitad de ellos de gravedad. «Es uno de los días más oscuros de Nueva Zelanda», sintetizó abatida la primera ministra, Jacinda Arden. Tres personas fueron detenidas. Contra una se presentaron cargos de asesinato y comparecerá hoy mismo ante la justicia. A los otros dos se les encontraron armas y se investiga su grado de implicación en la masacre. Un cuarto detenido fue puesto en libertad tras descartar sus vínculos con la matanza.

La policía no desveló ningún nombre de los detenidos. Todo apunta a que uno de ellos es el australiano Brenton Tarrant, de 28 años, autor material de los asesinatos y quien retransmitió en directo por las redes sociales la masacre. El vídeo fue grabado probablemente con una cámara acoplada en el casco y muestra al sospechoso conduciendo su coche hacia la mezquita, agarrando un arsenal tuneado con pinturas y números varios y disparando a todo lo que se movía. En la cinta se le ve vestido con uniforme militar y cambiar los cargadores del arma tan pronto como los vaciaba. «No tenía tiempo ni para apuntar, había demasiados objetivos», se le escucha decir al asesino ya subido de nuevo al vehículo y con las sirenas de fondo. Las plataformas se esforzaron en bloquear esa grabación de 17 minutos cuando ya se había extendido por las redes.

CONFINADOS EN CASA / A las dos mezquitas, atestadas de cientos de fieles durante las plegarias del viernes, apenas las separan siete kilómetros en la avenida de Linwood. El ataque sumió en la estupefacción, primero, y el horror, después, a la tercera ciudad del país. La policía custodió las entradas de hoteles y hospitales, recomendó a los vecinos protegerse en casa y no acercarse a ninguna mezquita del país. El Gobierno elevó la alarma al máximo nivel y el comisario de policía, Mike Bush, desveló que se habían encontrado más armas automáticas y un coche cargado de bombas en las cercanías de los centros de culto.

Los terroristas, según las primeras investigaciones, también planeaban atacar un hospital. Del atentado se salvó por escasos minutos el equipo bangladesí de críquet, que entraba a la mezquita cuando arreciaron los disparos. «Están sanos y salvos pero conmocionados. Pedimos al equipo que se quedara en su hotel», dijo a France Presse un portavoz. Su partido contra la selección de Nueva Zelanda fue cancelado.

«Vi muertos por todos lados. Había tres en el pasillo, en la puerta de entrada y dentro de la mezquita. No entiendo cómo alguien pudo hacerles esto a esas personas, a cualquiera; es ridículo», comentaba el vecino Len Peneha a la agencia AP. Un ciudadano palestino aseguraba haber visto al terrorista pegarle un tiro a la cabeza a un fiel. «Escuché tres disparos rápidos y después de unos 10 segundos todo comenzó de nuevo. Debe haber sido un arma automática porque nadie puede apretar el gatillo tan rápidamente», dijo.

SIETE RECARGAS / Ramzan Ali desveló que el atacante recargó al menos siete veces su arma y que él fue el último en abandonar la mezquita Al Noor. «Que salieran 300 personas no fue fácil porque (el terrorista) entró por la puerta principal», dijo al periódico New Zealand Herald. «La gente corría y de repente la veías caer. Algunos sangraban hasta morir. Fue horrible», añadió Nour Tavis.

La policía desveló que ninguno de los sospechosos estaba en las listas de potenciales terroristas pese a que es conocida la existencia de grupúsculos supremacistas en la ciudad. Horas antes del atentado fue colgado un manifiesto, probablemente por el sospechoso australiano, en Twitter y en un foro frecuentado por extremistas de derechas. «Por una vez, aquel al que llamáis fascista es en realidad un fascista», proclamó.

El atentado conmocionó especialmente a la comunidad musulmana, apenas un 1% de la población neozelandesa. «Muchas de las víctimas podían ser inmigrantes o incluso refugiados. Son de los nuestros y las personas que han perpetrado estos actos no lo son», afirmó la primera ministra. No está Nueva Zelanda acostumbrada a las explosiones de violencia. Los asesinatos con arma de fuego solo han superado la decena anual una vez en la última década. Es paradójico ese sosiego con la abundancia de armas existentes ya que hay registradas 1,2 millones sobre una población de 4,8 millones. Basta haber cumplido los 16 años y superar un curso de seguridad para conseguir una licencia.