El cierre parcial de la Administración de Estados Unidos es desde la semana pasada el más largo en la historia del país. Hoy alcanza los 30 días sin ningún viso de solución. Donald Trump, el mismo que dijo estar «orgulloso de cerrar la Administración por la seguridad en la frontera», está dispuesto a mantener sus persianas cerradas «durante meses o años» hasta que los demócratas acepten sus condiciones para reabrirlo. Una actitud que demuestra una notable indiferencia hacia el grave trastorno que está suponiendo para cientos de miles de estadounidenses, la misma que han exhibido muchos de sus correligionarios en el Congreso. En realidad, no es de extrañar porque el cierre culmina décadas de hostilidad conservadora hacia la Administración.

Durante los últimos 40 años los republicanos han cultivado un abrasivo credo antigubernamental, un culto casi religioso para denigrar a las instituciones y servicios públicos, descritos como ineficientes y sobredimensionados, un obstáculo permanente al ingenio creativo de la iniciativa privada y un pozo sin fondo de dinero público malgastado en reflotar a esa legión de estadounidenses supuestamente incapaces de valerse por sí mismos. «En la crisis actual, el Gobierno no es la solución a nuestros problemas, el Gobierno es el problema», dijo Ronald Reagan durante su toma de posesión en 1981, cuando se inauguró la era del Gobierno pequeño en EEUU.

Fue también su Administración la que acuñó aquella expresión de «matar de hambre a la bestia». Una estrategia política que consistía en bajar los impuestos para reducir la recaudación del Estado, tullir su capacidad para operar y poder así justificar el recorte de los programas sociales. Desde la sanidad pública a la vivienda subvencionada o las pensiones. Ese objetivo se ha perseguido con ahínco a lo largo de las décadas en un intento de desmontar el Estado del bienestar, privatizando sus servicios y derogando las protecciones sociales levantadas durante el New Deal de Roosevelt y la Gran Sociedad de Johnson, programas que sentaron las bases para la época más próspera de la historia estadounidense.

El gran triunfo de las políticas neoliberales llegó en 1996, cuando el demócrata Bill Clinton asumió sus postulados declarando que «la era del Gobierno grande se ha acabado». Aquel giro a la derecha llegó solo unos días después de que acabara el que había sido hasta ahora el cierre más largo del Gobierno, 21 días de pasillos vacíos por cortesía de Newt Gingrich, por entonces líder de la mayoría republicana en el Congreso.

Prosperidad limitada

Esa misma ideología sigue mandando en la Administración Trump. «El Gobierno no puede crear prosperidad, solo puede limitarla o destruirla», decía la plataforma electoral presentada por los republicanos en el 2016. De ahí que el cierre actual, causado por la obstinación del presidente en obtener fondos para levantar el muro en la frontera, esté sirviendo también para colmar la vieja aspiración conservadora.

«El cierre es un medio para conseguir un fin que llevan mucho tiempo buscando: limitar el tamaño y el alcance del Gobierno», decía a The Washington Post el exasesor republicano Kurt Bardella. Según un análisis del mismo diario, en los primeros 18 meses de su mandato, Trump redujo en 17.000 personas la plantilla de funcionarios, la primera vez que caía en dos décadas.

También ha congelado la contratación en la mayoría de agencias gubernamentales, la subida de los salarios y ha tratado de debilitar a los sindicatos de funcionarios.