Después de lograr a duras penas el consenso de sus ministros para el plan sobre el brexit, Theresa May debe aplicar ahora la disciplina inglesa a los diputados conservadores que abominan del acuerdo y convencer además a Bruselas de las bondades de su propuesta. La victoria del viernes en la reunión de Chequers frenó el contraataque de siete ministros euroescépticos de la línea dura, capitaneados por el titular de Exteriores, Boris Johnson. La primera ministra hizo valer su autoridad recurriendo incluso a amenazas de ceses.

Una vez salvado el escollo, May envió una carta a los diputados conservadores advirtiéndoles de que no tolerará a partir de ahora discrepancias en público sobre el plan de la futura relación del Reino Unido con la UE. Es sin embargo grande y profundo el descontento entre los brexiteers, los Tory de la línea dura, que se sienten traicionados. El proyecto implica en la práctica que el Reino Unido seguirá sujeto a las normas de la UE para comercio de bienes y ello acarreará dificultades para negociar nuevos acuerdos comerciales con otros países.

La solución, sin embargo, evita el retorno de una frontera física entre Irlanda e Irlanda del Norte. May parece dispuesta a suavizar más la posición británica y no descartó que vaya a haber un trato preferencial para los ciudadanos procedentes de la Unión Europea tras el brexit.

Los dirigentes del DUP, el partido norirlandés, que forman una coalición con los conservadores, acogieron satisfechos el plan, que ven como una «reafirmación» de la «integridad territorial» del Reino Unido. Satisfacción también entre los empresarios. La directora de la patronal, la Confederación Británica, Carolyn Fairnbairn, valoró positivamente el acuerdo que considera, «una inyección de confianza», si bien «el trabajo duro empieza ahora».