En las dos primeras jornadas de su Convención, los republicanos han tratado de hacer como si la epidemia de coronavirus que ha desnudado las vergüenzas de Estados Unidos y ha complicado significativamente la reelección de Donald Trump fuera cosa del pasado o un simple bache en el camino. El presidente no se ha puesto la mascarilla al codearse literalmente con otros invitados. Su asesor económico ha dicho que la recuperación está en marcha. Apenas se ha hablado de las víctimas y no se ha presentado ningún plan para salir del agujero. Una dinámica que rompió anoche Melania Trump con un derroche de empatía hacia la América que sufre. La primera dama se acordó de los fallecidos por el Covid, de la lucha de los enfermos y de los miedos que ha generado la crisis, un valioso contrapunto a la cruda frialdad de su marido.

La antigua modelo eslovena ha sido la primera dama más esquiva de los últimos tiempos. Rehúye la atención, apenas tercia en política y sus contadas iniciativas han tenido más pompa que recorrido. Su presentación en sociedad en la Convención republicana de hace cuatro fue un auténtico desastre, después de que se descubriera que había copiado párrafos enteros de un discurso de Michelle Obama del 2008, un desatino del que acabaron responsabilizándose dos de sus asesores. Esta vez sus asesores aseguraron que el discurso sería solo suyo, tanto que, según la prensa estadounidense, no lo coordinó con la campaña de Trump ni el Ala Oeste.

El resultado fue una mirada bastante distinta a la aportada por los republicanos, a veces casi contradictoria. “Mucha gente está ansiosa y algunos se sienten desamparados, pero quiero que sepan que no están solos. Mi marido no dejará de trabajar hasta que haya un tratamiento efectivo o una vacuna”, afirmó desde los jardines de la Casa Blanca ante decenas de invitados. Habló también de la aportación de las mujeres a la sociedad o de las protestas raciales que siguen celebrándose en el país, un movimiento que el presidente y su universo mediático han descrito principalmente como un problema de orden público del que culpan a los demócratas.

“Como todos vosotros, he reflexionado sobre la agitación racial en nuestro país. La dura realidad es que no estamos orgullosos de algunas partes de nuestra historia”, dijo Melania. “Urjo a la gente que vuelva a unirse de manera cívica. También les pido que cese la violencia y los saqueos en nombre de la justicia”. Llegó incluso a ensalzar el valor de la ciencia, pisoteada constantemente por su marido, para el que pidió el voto describiéndolo como un político “no tradicional”, un hombre “de acción” que dice lo que piensa. “Les guste o no, siempre sabéis lo que está pensado”.

Su intervención cerró las dos horas y media de discursos y vídeos pregrabados, una noche mucho más convincente y efectiva que la primera si lo que se pretende es convencer a los indecisos. Si el lunes todo fue miedo, demagogia y apocalipsis demócrata para enardecer a las bases más radicales, el martes se vio una versión mucho más razonable de un partido que sonroja a sus figuras más moderadas, como demuestra que prácticamente ninguno de ellos se disponga a intervenir en esta Convención. En gran medida se lo deben agradecer a la gente común que tomó anoche la palabra.

Al policía que adoptó la niña de una mujer drogadicta y sin techo; a la ganadera que contó cómo las ayudas de la Administración ha reflotado al sector lácteo o al obrero que dio gracias a Trump por haber salvado su fábrica en Ohio. Se habló bastante del drama de los opioides, de los acuerdos comerciales, del campo y de la industria, asuntos fundamentales para millones de estadounidenses que los demócratas apenas tocaron hace una semana en una estrategia difícil de entender. También salió a relucir por primera vez el nombre Hunter Biden y sus negocios en Ucrania y China, utilizados por los conservadores para acusar al candidato demócrata Joe Biden de corrupción y nepotismo.

Lo de nepotiso tiene su gracia, viendo como Trump ha colocado a toda su familia en la Administración o en el partido. Sus hijos Tiffany y Eric hablaron anoche. Y este último construyó por momentos una realidad alternativa, completamente falsa. Dijo que, bajo el liderazgo de su padre, “EE UU se ha convertido una vez más en la envidia del mundo”, que “se ha firmado la paz en Oriente Próximo” o que “las guerras eternas se han acabado finalmente”, cuando siguen empantanados en lugares como Afganistán.

Pero la jornada también dio para mucha polémica porque Trump intervino hasta en dos ocasiones desde la Casa Blanca, desdibujando las fronteras entre su campaña y la presidencia, una ruptura con la tradición que podría ser ilegal según algunos expertos. Lo mismo hizo su secretario de Estado, Mike Pompeo, al intervenir en la Convención del partido desde Jerusalén, donde se encuentra representando al país. Ningún otro canciller lo había hecho antes, al menos en la historia moderna.