Alemania ha dejado de ser el oasis de estabilidad europeo. En unas últimas 24 horas marcadas por la tensión y el ajetreo negociador, la cancillera alemana, Angela Merkel, ha visto cómo sus aspiraciones para empezar la legislatura se difuminan. La medianoche del domingo recibió el primer revés cuando los liberales (FDP) anunciaron que se retiraban de las negociaciones para formar un Gobierno tripartito junto a los ecologistas. Ayer, la negativa de los socialdemócratas confirmó lo peor: Alemania se aboca a repetir elecciones.

La propia Merkel, en una entrevista a una televisión, lo confirmó a media tarde: «Mi punto de vista es que unas nuevas elecciones son el mejor camino». En la entrevista, la cancillera descartó otras opciones. «No tengo planeado un Gobierno en minoría», aseguró.

Reunida de urgencia a primera hora de ayer, la cúpula socialdemócrata rechazó por unanimidad reeditar la gran coalición, fórmula que han seguido en 8 de los últimos 12 años y que les ha pasado factura llevándolos, el pasado septiembre, al peor resultado electoral de su historia. Volver a ese pacto podría suponer un suicidio político. «No rehuimos las nuevas elecciones», confirmó el líder socialdemócrata, Martin Schulz. «Los ciudadanos deben reevaluar la situación».

Desde varios puntos se había presionado al SPD para que tuviese la responsabilidad de Estado que le ha faltado al FDP, acusado de oportunista. Tras la ruptura de las negociaciones y la negativa socialdemócrata, el panorama que se abre es frágil e incierto y solo existen dos caminos. En el primero, Merkel podría formar un Gobierno en minoría, tratando de llegar a acuerdos puntuales con otros partidos, especialmente el SPD, para sacar la legislatura adelante.

MÁXIMO ESFUERZO / «Haré todo lo posible para garantizar que este país esté bien administrado», explicó tras conocer el no liberal. Para ello necesitaría los votos del Bundestag, el Parlamento federal. Sin estos apoyos, solo quedaría la segunda opción, que es la que parece haberse impuesto.

Esta pasaría por convocar unas elecciones que se celebrarían en los primeros meses del 2018. Eso desagrada a muchos, pues podría dar alas a la retórica antiestablishment de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).

El 24 de septiembre, los islamófobos le amargaron la noche electoral a Merkel al obtener el 12,6% de los votos e irrumpir en el Bundestag. Repetir los comicios podría auparles un poco más. Consciente de ello, el partido ha confirmado su «alegría» por la falta de acuerdo, ha hecho un guiño a los conservadores y le ha dicho a Merkel que es «tiempo de irse».

En el otro espectro, Die Linke ha celebrado el final de unas negociaciones que consideraba una «tragedia». A pesar del desagrado, la dificultad para llegar a un acuerdo hace que la opción nuclear, la convocatoria de comicios, sea ahora viable. «Asumo que habrá nuevas elecciones», ha confesado la líder verde, Katrin Göring-Eckardt.

Aun así, el presidente federal, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, ha asegurado que intentará reunir de nuevo a todas las partes para que se reanuden las conversaciones. Casi dos meses después de las elecciones, el Gobierno en funciones de la gran coalición seguirá al frente de Alemania unas semanas más.

Las fallidas negociaciones a tres bandas han dejado claro que Alemania es, políticamente, un país cada vez menos abierto a los inmigrantes. Más allá de su auge electoral, AfD ha marcado la agenda política de los últimos meses con un discurso populista agitado contra los refugiados. La negativa de los liberales a formar un tripartito tiene en su base las discrepancias sobre acuerdos migratorios y el debate sobre el derecho a la reagrupación familiar de los inmigrantes. Esa negativa, que tanto conservadores como verdes han criticado apuntando que se trata de un acto de «autopromoción», les abre ahora la puerta a captar votantes de AfD. Ese gesto se evidenció cuando la CSU, los conservadores bávaros aliados de Merkel, acusaron al FDP de querer apropiarse de sus propuestas, ferozmente más restrictivas.