En tiempos de ortodoxia neoliberal global, la cultura es uno de los pocos espacios en los que las izquierdas pueden dar satisfacción a los suyos. Tras 20 años de gobierno ininterrumpido en Ciudad de México del Partido de la Revolución Democrática (PRD) (en el que se unificó este sector político en 1989), las distintas comunidades de la cultura chilanga se manifiestan frustradas en el encuentro que mantienen con Claudia Sheinbaum, candidata a gobernar la capital mexicana. Son unos 300 o 400 artistas plásticos y de escenario, músicos de rock y de orquesta, feministas y homosexuales, cineastas, grafiteros e incluso periodistas los que denuncian abusos, atropellos y negligencia de Miguel Ángel Mancera, mandatario local que terminará en diciembre seis años de gestión.

Sheinbaum tiene en las encuestas una clara ventaja de 2 a 1 sobre sus contendientes. De nuevo, a alguien de izquierdas. Pero no es masoquismo lo que sufren los capitalinos: es una guerra fratricida. Sheinbaum representa al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido que en cinco años de existencia ha desfondado al PRD, del cual se escindió en el 2013, y se ha colocado en el primer lugar de las preferencias a nivel nacional, de la mano de su líder, Andrés Manuel López Obrador, uno de los candidatos favoritos a las elecciones presidenciales de julio.

En las del 2012, que ganó el actual presidente Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el PRD obtuvo el 31% de lo votos. Hoy las encuestas le dan del 5% al 7% de las preferencias. Tras dos décadas de gobernar Ciudad de México con cómodas mayorías legislativas, el PRD ve como hoy le arrebatan su coto de poder y resiste enviando a grupos de golpeadores -encabezados por seguidores del diputado federal Mauricio Toledo- a romper mítines de Sheinbaum.

López Obrador, conocido por sus siglas AMLO o por el apodo el Peje (por pejelagarto, pez propio de su natal Tabasco), ha sido una figura central de la política mexicana en todo este siglo y es candidato a la presidencia de la República por tercera vez. Visto como un político antisistema, las élites encontraron en las anteriores ocasiones candidatos que las unificaran para evitar la victoria del izquierdista, y consiguieron imponerse (Felipe Calderón por 0,5 puntos en el 2006 y Enrique Peña Nieto por 6, en el 2012), entre denuncias de fraude electoral.

VIVIR DE LA MORRALLA / En los desayunaderos o restaurantes donde cada mañana los políticos preparan su día, la frase más repetida es «no lo van a dejar llegar». Se espera que el sistema vuelva a cerrar filas y las puertas de la residencia presidencial al temido AMLO. Aunque López Obrador y el campo de batalla y los contendientes han cambiado mucho.

En esta ocasión, las élites están divididas entre dos candidatos: Ricardo Anaya, del Partido Acción Nacional (PAN, conservador, gobernó de 2000 a 2012), y José Antonio Meade, del PRI (neoliberal, gobernó de 1929 a 2000 y de nuevo desde 2012).

En México, desde 1988, hay tres partidos grandes, alrededor de los cuales se mueven otros menores, llamados «la morralla» (monedas pequeñas), que sobreviven colgándose de los mayores, en coaliciones en las que ganan mucho aportando poco pero a veces suficiente.

Esta vez, se han formado tres alianzas tripartitas, que han tomado formas inusuales, casi desesperadas: el PRD, convertido en morralla, es el socio menor de su enemigo histórico, el PAN; más un partido de conveniencia, Movimiento Ciudadano. Morena ha adoptado a un grupúsculo izquierdista, el Partido del Trabajo, y ha indignado a muchos de sus simpatizantes al incluir también al Partido Encuentro Social, una organización creada por pastores evangélicos, con una agenda de extrema derecha. Solo el PRI permanece con sus satélites tradicionales, el Partido Verde -que de ecologista no tiene más que el nombre- y el Nueva Alianza.

No obstante, cada día se anuncian fugas de un bando a otro. El más beneficiado es Morena, que está succionando las huestes del PRD. Pero no sólo de ahí: el López Obrador de hoy ha suavizado su discurso, combinando la denuncia de la «mafia del poder» con la retórica de mano tendida e incluso con sentido del humor. Así ha hecho frente a una campaña sucia para presentarlo como el candidato de Vladímir Putin -quien estaría interviniendo ilegalmente como lo hizo a favor de Donald Trump- que parece frustrada después de que AMLO saliera en un vídeo de pie en un puerto, donde dijo estar esperando al «submarino ruso» que le iba a financiar la campaña con el «loro de Moscú», y se apodó a sí mismo «Andresmanuelovich».

Además, López Obrador ha establecido nexos con sectores clave incorporando a algunos de sus antiguos críticos, entre los que destacan Alfonso Romo, un dirigente empresarial que estuvo a cargo de la elaboración del plan de Gobierno del candidato de Morena, y Esteban Moctezuma, y exsecretario de Gobernación (ministro de Interior) del presidente priísta Ernesto Zedillo.