El creciente flujo de migrantes y refugiados rumbo a Europa se ha convertido en un punto clave en la estrategia negociadora entre la Unión Europea y Turquía, evidenciando las crecientes fricciones entre ambos bandos. La escalada bélica entre Ankara y Damasco en la provincia rebelde de Idlib ha aumentado la desesperación de los civiles, que tratan de huir de la zona para alcanzar territorio seguro, muchas veces en Europa.

De esa penuria se está sirviendo el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que alimenta el miedo de Bruselas a una nueva ola masiva de refugiados, similar a la del 2015, al abrir las fronteras de su país con Grecia: este sábado volvió a controlar los accesos marítimos a Europa desde su país, pero no así los terrestres que siguen abiertos una semana después.

Un año después de aquel capítulo, la UE firmó un acuerdo que incluía un paquete de ayudas de 6.000 millones de euros a Ankara a cambio de que volviera a acoger a los inmigrantes que regresaran a su territorio. Erdogan considera que el club comunitario ha incumplido en buena medida este compromiso durante este tiempo, por lo que coloca sobre el tapete negociador con Bruselas una mayor ayuda financiera, para paliar el impacto de casi cuatro millones de refugiados mientras afronta los gastos de una costosa guerra en el norte de Siria con su economía dando señales de alarma.