B rasil acaba de superar los 100.000 muertos por el covid-19. Además de ser el segundo país del mundo con mayor cantidad de decesos desde que se ha propagado la pandemia del coronavirus, es el único que la combate con un general inexperto al frente del Ministerio de Salud.

El desempeño del militar Eduardo Pazuello es parte de un problema mayor: el Ejército tiene gran peso en el Gobierno de ultraderecha del presidente Jair Bolsonaro, un excapitán de las Fuerzas Armadas que llegó a la presidencia de Brasil tras ganar las elecciones en octubre del 2018. Los militares no solo gestionan actualmente 10 de los 23 Ministerios, sino que otro uniformado, el general Hamilton Mourão, ocupa el cargo de vicepresidente del país.

La presencia de militares en otras estructuras ejecutivas ha crecido un 33% desde principios del 2019. El Tribunal Federal de Cuentas ha cifrado en 6.100 los militares que prestan servicios en distintas agencias gubernamentales. Entre 1990 y el 2016, año del golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff, la participación castrense se limitaba al Ministerio de Defensa -aunque siempre bajo el mando de un civil- a sectores de la vicepresidencia y a la oficina de Seguridad Institucional del Ejecutivo.

A los uniformados se los vio entonces como guardianes de cierto «sentido común», capaces de «contener los excesos del presidente». Lima reconoce que esa interpretación ya no se corresponde con la realidad.

Las Fuerzas Armadas se mantuvieron sin cambios, «lo que les permitió continuar viéndose a sí mismos como ángeles tutelares». En lugar de llevarlos al debate, los líderes civiles prefirieron dejarles en sus nichos, «cultivando amargura y resentimiento», añade Aarão Reis.

Brasil gasta alrededor del 1.3% del PIB en defensa. La gran novedad no es presupuestaria, sino del orden ideológico. De la mano de Bolsonaro, el país se ha convertido en el aliado militar preferido de Estados Unidos fuera de la OTAN. Y como parte de estas nuevas relaciones con el Comando Sur del Ejército estadounidense, las Fuerzas Armadas brasileñas pasaron a considerar como una hipótesis de conflicto la presencia de intereses chinos en la región.

Hace unos meses se supo que hasta Francia es vista como una amenaza estratégica para el país. París se ha puesto a la cabeza de las críticas contra la política ambiental de Bolsonaro y se han registrado situaciones de inédita tensión bilateral en el 2019 debido a los incendios en la Amazonía.

El debate sobre el papel castrense se ha intensificado al compás del recuento de muertos por coronavirus. Gilmar Mendes, uno de los integrantes del Tribunal Federal Supremo (STF), ha llegado a calificar de intolerable la gestión del general Pazuello al frente del Ministerio de Salud. «Esto es malo para la imagen de las Fuerzas Armadas. Debemos decir esto muy claramente: el Ejército se está asociando con este genocidio».

El presidente Bolsonaro no solo ha defendido a su cuestionado ministro. Lo ha defendido como un «predestinado», y esa manera de nombrar a un militar ha provocado ciertos escalofríos. No es la primera amenaza del capitán retirado. Tampoco será la última.

El polémico mandatario brasileño no ha dudado en lanzar la advertencia de que las instituciones armadas «no aceptan juicios políticos», en una clara alusión a su persona.

En el Congreso brasileño se acumulan más de 30 peticiones de destitución del presidente. Las críticas se centran en cómo está gestionando la crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus. H