El piso 13 de la torre Le Parc ofrece una vista privilegiada de Buenos Aires. Está a la venta por 850.000 dólares. La inmobiliaria dice que es una ganga, pero nadie lo quiere comprar ni alquilar porque su anterior inquilino era Alberto Nisman, el fiscal que murió de un balazo en la cabeza en el 2015. Un caso sobre el que todo parece estar como hace cinco años: una parte de la sociedad sostiene que se suicidó. Otros se obstinan en la hipótesis del asesinato de un héroe republicano.

Nisman falleció horas antes de cuando debía comparecer en el Congreso para fundamentar su denuncia contra la entonces presidenta Cristina Fernández de Kircher. El letrado acusaba a la dirigente y a su ministro de Exteriores, Héctor Timerman, de haber pactado con los iranís encubrir el atentado contra la mutual de la comunidad judía en Buenos Aires, AMIA, que se perpetró el 18 de julio de 1994 y mató a 85 personas. Casi 20 años después de ese bombazo, la causa seguía siendo un insondable agujero negro.

Fernández de Kirchner intentó acordar con Teherán que una comisión de notables se encargara de interrogar a los iranís sospechosos de planificar la acción terrorista. Nisman embistió contra la presidenta y su canciller sin pruebas de peso.

En aquel verano del 2015, los forenses de la fiscalía concluyeron que sería «científicamente inadmisible» sostener que hubo otra persona en el baño en el momento del disparo. Pero la fiscala Viviana Fein fue apartada de la causa. Cuando asumió el poder el Gobierno de derechas, las investigaciones se reorientaron a probar que Nisman no se suicidó. Se llegó a fabular con la acción de un comando venezolano-iraní. Diego Lagomarsino, el asesor informático del malogrado fiscal y suministrador del arma que le pidió su jefe, fue procesado como partícipe necesario del crimen. Kirchner y Timerman fueron también procesados por el fallido pacto con Teherán.

Valor probatorio / Una serie de Netflix ayuda a despejar muchos de los interrogantes que aún circundan el caso. Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía, el documental de Justin Webster da la palabra a los partidarios de las dos hipótesis mientras desarma antagonismos ideológicos, culturales e incluso mitológicos.

Nisman aparece como algo más que un pertinaz acusador: es un hombre dependiente de la secretaría de Inteligencia, obediente de la CIA y el Mosad, la inteligencia israelí, un playboy que se pavoneaba por las discotecas, contrataba prostitutas de lujo y era el propietario de cuentas bancarias secretas cuyos abultados fondos no han podido ser justificados.

A los ojos de los espectadores emerge la figura del antiguo superespía Jaime Stuiso, quien había sido expulsado de la agencia de Inteligencia argentina justamente por Kirchner y proveía a Nisman de sus libretos. Stiuso afirma que al fiscal lo mataron. Fein asegura que el exagente nunca le aportó pruebas en esa dirección y enumera sus acciones opacas. Oscar Parrilli, el hombre que lo expulsó de los servicios, cree que el caso Nisman sirvió para allanar el camino de Mauricio Macri al poder. Una trama digna de una teleserie.