El domingo Donald Trump negó que esté pensando en despedir a Robert Mueller, el fiscal especial que investiga si él y su equipo se confabularon con Rusia mientras el Kremlin interfería en las elecciones estadounidenses. Y unos segundos después de pronunciar ese “no” el presidente bromeó con los periodistas: “¿Sorprendidos?”

La respuesta debería ser quizá. Porque la posibilidad del cese de Mueller está en la mente de muchos, incluyendo congresistas como la demócrata Jackie Speier, que el viernes aseguró que el “rumor” en Capitol Hill es que Trump podría intentar el despido después del día 22, cuando el Congreso entra en su receso navideño. Y aunque Trump personalmente haya tratado de acallarlo, la maquinaria política y mediática conservadora ha recrudecido en los últimos días su campaña de acoso al fiscal especial.

“¿Golpe en América?”

La reforzada ofensiva comenzó la semana pasada después de que el Departamento de Justicia, en un paso inusual, hiciera públicos unos mensajes de texto que en verano del 2016, durante la campaña electoral, se cruzaron Peter Strzok, un investigador del FBI que luego entró en el equipo de Mueller, y Linda Page, una abogada de la agencia federal. En ellos se llamaba a Trump “idiota”, se hablaba de su potencial victoria electoral como “aterradora” y se decía que Hillary Clinton “tiene que ganar”.

Aunque Mueller despidió a Strzok en julio en cuanto supo de los mensajes (y Page había abandonado unas semanas antes el FBI), su salida a la luz dio gasolina a los conservadores que azuzan el fuego de desacreditar la investigación como una “caza de brujas” politizada. Y en Fox News el domingo la asesora del presidente Kellyanne Conway aseguró que “desde el principio hubo un amaño contra Trump”. “No se puede ver a los investigadores como objetivos, justos, transparentes o imparciales”, dijo Conway. Mientras el rótulo en la pantalla rezaba: “¿Golpe (de estado) en América?”

Decenas de miles de e-mails

La embestida no acaba ahí. Kory Langhofer, un abogado que trabajó en Trump for America, la organización creada para la transición, envió una carta al Congreso el sábado denunciando que Mueller obtuvo de forma “no autorizada” decenas de miles de correos electrónicos de 13 altos cargos en esa transición. Su argumento es que esos correos son privados y están protegidos por derechos como la confidencialidad abogado-cliente.

Langhofer asegura que debía haber sido Trump for America, y no la Administración de Servicios Generales, quien se los diera a Mueller. Y asegura que cuando la agencia federal los facilitó a los investigadores en agosto cometió una irregularidad al no permitirles revisarlos y decidir qué querían dar a los investigadores.

Su denuncia ha llevado al equipo del fiscal especial a hacer algo que no acostumbra: defenderse públicamente. Y Peter Carr, portavoz de la oficina de Mueller, envió a 'The New York Times' un comunicado en el que se afirma: “Cuando hemos obtenido correos durante nuestra investigación criminal en marcha hemos asegurado o el consentimiento del dueño de la cuenta o un proceso apropiado”.

Algunos expertos legales cuestionan la validez de los argumentos de Langhofer y qué haya acudido al Congreso en lugar de denunciar la supuesta ilegalidad ante los tribunales. Pero el abogado ha logrado crear otra sombra sobre el proceso. Trump el domingo dijo que el tema de los correos “no pinta bien” y “es bastante triste”. Defendió también, eso sí, que no le preocupan. “No puedo imaginar que haya nada en ellos, francamente, porque como hemos dicho no hubo colusión”, dijo. La afirmación conviene cogerla con pinzas. Se sabe que Mueller ha usado en sus interrogatorios los correos, incluyendo los de Michael Flynn. Y el exasesor de seguridad nacional es una de las cuatro personas a las que Mueller ya ha imputado.