El expresidente peruano Alan García ha fallecido en el hospital a causa del disparo en la cabeza que se produjo cuando iba a ser detenido por orden judicial por supuestos delitos de corrupción vinculados al caso Odebrecht.

El exmandatario se disparó con un arma de fuego cuando agentes de la División de Investigación de delitos de Alta Complejidad fueron a buscarlo por orden del Poder Judicial. La bala perforó el cráneo. Lo llevaron de urgencia al hospital capitalino Casimiro Ulloa, donde fue sometido a una intervención quirúrgica. La prensa limeña dijo que García ha tenido cuatro paros cardiorespiratorios.

La figura más importante del Partido Aprista de los últimos 50 años gobernó Perú durante la segunda mitad de los años ochenta. El régimen de Alberto Fugimori (1990-2000) lo envió al exilio. Retornó tras su caída y tuvo su segunda oportunidad como presidente en el 2006. Se encuentra bajo investigación por lavado de dinero y tráfico de influencias. En noviembre pasado, cuando comenzó a trazarse el cerco judicial, trató de refugiarse en la embajada uruguaya en Lima. Montevideo le denegó el derecho de asilo. Salió de allí humillado y a la espera de una nueva cita en los tribunales. Cuando García vio que la policía entraba a su casa para detenerlo de manera preliminar, se encerró en su cuarto y se disparó. El abogado de García, Erasmo Reyna, pidió orar por él.

“Yo me llamo Perú pues mi raza peruana con la sangre y el alma pinto los colores de mi pabellón”, cantó durante su campaña proselitista de 2001, apenas llegado al país procedente de Colombia. Alan, como lo llamaron siempre, entonaba los versos con voz de barítono y hasta se daba el lujo de bailar. Esos eran los rasgos salientes de su carisma. El otro, la locuacidad. Con esos atributos se convirtió en 1985 y a los 35 años en el mandatario más joven de la historia de su país. Le tocó enfrentar la hiperinflación, el problema de la deuda externa y a Sendero Luminoso. Su gestión terminó en el desastre que abrió las fuertas al fujimorismo. Se prometió no volver a tropezar con la misma piedra. “Gobernaré para todos”, prometió. La segunda presidencia fue depurada de cualquier veleidad de izquierdista. Al abandonar el poder no dejó legado.

Su suerte política se oscureció por completo cuando quedó ligado a la trama de corrupción que tiene un mismo denominador en casi toda la clase política peruana: la constructora brasileña Odebrecht. García rechazó de inmediato las acusaciones y confió en poder demostrar su inocencia ante los tribunales para “terminar con este culebrón”. Ante las dudas periodísticas siempre se mostró enfático. “Ningún documento me menciona. Puedo decirles que yo para robar no nací. Sé que muchos peruanos no lo creen porque así se ha repetido y es la manera de criminalizar a un político que les ganó dos veces a sus adversarios. El dinero le interesa a otra gente, a Alan García no”.

SITUACIÓN COMPROMETIDA

Más allá de proclamar su inocencia de manera altisonante, su situación se complicó después de que Odebrecht reconociera en el marco del acuerdo de colaboración que mantiene con la Justicia peruana que Luis Nava, secretario presidencial de García durante su segundo Gobierno, había recibido con su hijo cuatro millones de dólares. La coima estaba relacionada con el contrato de construcción de la Línea 1 del Metro de Lima.

García ha pasado a formar parte de la misma galería de ex jefes de Estado asociados al mismo escándalo. Alejandro Toledo, el primer mandatario de la era post Fujimori, se encuentra en Estados Unidos prófugo de la justicia desde 2017. Uno de sus testaferros admitió haber recibido sumas millonarias de la constructora. Pedro Pablo Kuczynski tuvo que dimitir el año pasado por la sombra de Odebrecht. Ahora se encuentra bajo arresto preliminar. Su antecesor, Ollanta Humala (2011-2016) también conoció la cárcel por el dinero que aportó Odebrecht de manera irregular para su campaña electoral. Como si esto no fuera demasiado, Keiko Fujimori, la hija del autócrata y heredera de su fuerza política, cumple una prisión preventiva de 36 meses por lavado de dinero. Su padre ha vuelto a la cárcel después de un breve paréntesis para cumplir una condena de 25 años por crímenes de lesa humanidad.