Del nutrido gremio de desertores de la península coreana impactan los que tomaron el sentido inesperado. Joseph Dresnok cruzó la alambrada de sur a norte en busca del paraíso comunista y durante décadas fue uno de los principales activos propagandísticos de la dinastía Kim. El último desertor estadounidense en Corea del Norte murió en noviembre a los 74 años de un derrame cerebral y lo supimos este lunes.

Lo confirmaron en Pionyang dos de sus hijos con el uniforme militar, los pins de los líderes y en un coreano con un marcado acento del norte. Ted y James Dresnok han desvelado que su padre murió "sin arrepentimientos" y con las súplicas de que respeten al líder Kim Jong-il y sigan "alumbrando el camino". Los nietos del 'camarada Joe' serán la tercera generación al servicio de Corea del Norte contra el enemigo imperialista estadounidense.

El resto del video emitido por los medios oficiales transcurre por caminos trillados: loas al líder, críticas a las sanciones internacionales y amenazas de borrar Washington del mapa, sin más novedad que vienen de tipos caucásicos, rubios y de ojos azules. Son los hijos que tuvo con la primera de sus tres esposas en Corea de Norte, una rumana secuestrada por el régimen y forzada a casarse con Dresnok.

Su biografía comprende un par de vidas. Se entiende que no le gustara la primera cuando emprendió la segunda. Había nacido en Virginia, sus padres le abandonaron y pasó su infancia en hogares de acogida hasta alistarse a los 17 años. Tampoco su carrera castrense apuntaba alto. El Ejército le describió como vago, indisciplinado y pendenciero.

JUICIO MILITAR

Así que Dresnok analizó sus 21 años de vida en aquella soleada mañana del 15 de agosto de 1962 en la zona desmilitarizada de la península. Su mujer le acababa de abandonar por otro, carecía de familiares en Estados Unidos y le esperaba un juicio militar por haber abandonado el campamento para encamarse con una coreana. Y concluyó que nada tiene que perder el que nada tiene. Le empujaba también el rencor tras haber sido obligado a limpiar un carro blindado con un cepillo de dientes y un cubo de agua en una noche heladora por alguna de sus travesuras. Cogió su fusil y corrió en dirección al norte a través de un campo de minas dando por probable que no llegaría entero.

Pero llegó, también se salvó del entendible impulso de los soldados norcoreanos de tirotear a un soldado estadounidense que se acercaba armado y corriendo y fue trasladado en tren a Pyongyang. Ahí se encontró con el soldado Larry Abshier y en el año y medio siguiente recibiría al sargento Robert Jenkings y al especialista Jerry Parish. Los cuatro fueron un éxito de la propaganda que Kim Il-Sung no se cansó en airear en televisión y portadas de revista.

La vida no debía de ser tan placentera porque cuatro años más tarde buscaron asilo en la embajada soviética. Moscú los expulsó y, en lugar del pelotón de fusilamiento, se enfrentaron a una campaña de lavado de cerebro que incluyó la memorización de los manuales de Kim Il-sung. La historia sugiere que funcionó. El desertor ha sido un tenaz juglar del régimen y disfrutado de una vida impensable para un tipo sin estudios de la América profunda.

Ha enseñado inglés, traducido las obras de Kim Il-Sung y fue la voz que a través de los altavoces en la zona desmilitarizada animaba a sus excompañeros a desertar en busca de raciones de comida más copiosas y más mujeres de las que podrían satisfacer. También ha sido una estrella del celuloide al interpretar al pérfido capataz de un campo de prisioneros en una serie dirigida por Kim Jong-Il, padre del actual tirano y reconocido cinéfilo. "Fue el John Wayne de Corea del Norte", aclararon los directores del documental biográfico 'Crossing the line' (2007).

HUMILDE ASIGNACIÓN

Su otoño vital fue menos agitado. Vivía en un pequeño apartamento de la capital con una humilde asignación, sin más distracciones que la pesca y la bebida. Su misión propagandística ha sido heredada por sus hijos.

Abshier murió de un ataque al corazón, un fallo del hígado acabó con Parish y Jenkins recibió el permiso para partir hacia Tokyo. En las escasísimas ocasiones en que habló con prensa extranjera glosó a su país de adopción. "No me iría de aquí ni aunque me pusieran un billón de jodidos dólares en la mesa", dijo en aquel documental.