Pocas ciudades están tan atadas a un hombre. Macao, aquella decadente y olvidada colonia portuguesa, no sería sin Stanley Ho la meca global del juego, ni ofrecería el skyline más parpadeante y kitsch del planeta, ni su renta per cápita estaría a punto de desbancar a la catarí en la cúspide global, ni el 10 % de sus habitantes serían croupiers. Nunca lo dijo pero podría: "Macao soy yo". Hoy ha muerto a los 98 años y deja a sus biógrafos una tarea enciclopédica.

Ho lo fue casi todo. La sublimación del hombre hecho a sí mismo, el magnate que pilotó Macao en sus días canallescos y supo pulirse cuando Pekín puso orden, uno de los tipos más queridos por su espíritu libérrimo y filantrópico, una de las mayores fortunas del continente Durante su apogeo se decía que controlaba la mitad de la riqueza de Macao y hoy su imperio, valorado en 15.000 millones de dólares, se extiende por China, Canadá, Mozambique, Indonesia, o Filipinas. Incluso levantó en 1984 un casino en Pionyang.

Ho nació en Hong Kong en una acaudalada familia que lo perdió todo en el crack del 29. Su padre huyó a Vietnam, dos hermanos se suicidaron y Ho recurrió a las becas para entrar en la Universidad de Hong Kong. La invasión japonesa frustró sus estudios y se mudó a la vecina Macao. "Llegué con 10 dólares en el bolsillo y me convertí en millonario antes de cumplir los 20 años", recordaría después.

LUCES Y SOMBRAS

Se empleó en el Gobierno colonial y se enriqueció con el estraperlo a través de peligrosas incursiones nocturnas por el río del Delta en la que debía sortear a los piratas. En 1961 convenció a las autoridades de que el juego atraería el turismo y desarrollaría las infraestructuras y se hizo con un monopolio que mantendría cuatro décadas. Levantó casinos y hoteles y compró veloces ferrys para que los hongkoneses llegaran en una hora.

Sus defensores subrayan la bonanza macaense y sus vínculos con el Vaticano y líderes mundiales como la Reina Isabel o el expresidente estadounidense Bill Clinton. Sus detractores inciden en aquella amistad con el tirano norcoreano Kim Jong Il y los vínculos con la mafia que siempre negó. Macao era entonces un canallesco conglomerado de putas, casas de empeños, bandidos de todo pelaje y mafias que se discutían a tiros los beneficios de las salas VIP. Ahí reinaba Ho con puño de hierro y no convenía enfadarle. La prensa publicó que a su hija le habían robado el descapotable en las calles de Hong Kong y éste apareció aparcado a la mañana siguiente en el mismo lugar con un cartel en el parabrisas: "Lo sentimos mucho, señor Ho".

Estaba claro que Pekín no iba a permitir ese clima y se temió que bajara las persianas cuando Macao regresara a la madre patria. Pero hizo algo mejor: en 2001 finiquitó el monopolio de Ho y abrió la puerta a las grandes cadenas estadounidenses: Sands, Wynn, MGM Ho estaba adormecido, criticado por el abandono de sus locales y sus trabajadores desabridos. A partir de ahí, la vorágine: entre 2002 y 2006, los casinos pasan de 11 a 24; las mesas, de 339 a 2.762. La facturación se dobla y arrebata la capitalidad del juego a Las Vegas. El pasado año ingresó 38.000 millones de dólares, casi seis veces más que su rival de Nevada.

"GOBERNADOR EN LA SOMBRA"

Ho desmintió a los que vaticinaron su declive. Espabiló, adecentó sus casinos y levantó otros. Hoy es aún el mayor actor en Macao y sus 22 casinos atestiguan la historia de la ciudad: desde la encantadora decrepitud del pionero Lisboa a los 48 pisos en forma de flor de loto del nuevo Grand Lisboa.

Pasó Macao de Portugal a China y Ho conservó su título oficioso de "gobernador en la sombra" en un reinado de más de medio siglo. A Ho, sensato y conciliador, se recurría para aceitar cualquier acuerdo. Participó en la comisión que redactó la Lay Básica o mini constitución de Macao, propuso que esta y Hong Kong fueras administradas por la ONU cuando arreciaron los temores globales tras Tiananmén y fue miembro del máximo órgano asesor del régimen chino, que hoy lo despedía como un "emprendedor patriota".

Poco quedaba de aquel exquisito bailarín que animaba las galas benéficas desde que en 2009 se cayó y fue sometido a cirugía. En los últimos años apenas se le vio en público, siempre en silla de ruedas, y la atención mediática se volcó en las zafias peleas hereditarias de sus cuatro mujeres y 17 hijos.

Ho deja una ciudad consagrada al juego y sus tozudas recomendaciones a hijos y amigos de que lo evitaran: "No esperéis ganar dinero nunca con el juego. Es un juego para la casa. Siempre gana la casa".