D entro de lo tumultuoso del 2020 en Estados Unidos, el año del impeachment de Donald Trump, de la irrupción de la pandemia de coronavirus que ha dejado ya en el país casi 200.000 muertos y una crisis económica y de la renovada explosión de protestas y tensiones por la injusticia racial, la campaña electoral en la que Trump busca la reelección frente a Joe Biden seguía ciertos patrones relativamente estables dentro de lo volátil que es todo en EEUU desde que el republicano llegó al poder. A 46 días de las elecciones, no obstante, cualquier idea de normalidad siquiera remota saltó por los aires el viernes, cuando el Tribunal Supremo anunció que Ruth Bader Ginsburg, emblemática jueza progresista, había fallecido a los 87 años por un cáncer de páncreas.

La muerte de la magistrada, y lo que pase ahora para llenar su vacante, abre una guerra política que puede garantizarse cruenta. Lo que suceda, pese a estar sumido en un torrente de interrogantes, tendrá seguro a largo plazo un impacto fundamental en las próximas décadas de un país donde las decisiones del Supremo lo tocan todo y donde si Trump lograra colocar un tercer juez o jueza, tras Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, asentaría una abrumadora mayoría conservadora 6-3. En lo inmediato, en cualquier caso, altera ya y de forma radical la carrera electoral.

«Se nos colocó en esta posición de poder e importancia para tomar decisiones por la gente que nos eligió con orgullo, la más importante de las cuales se ha considerado por mucho tiempo la selección de jueces del Supremo», escribió en Twitter en un mensaje en el que ha etiquetado al Partido Republicano, que controla el Senado, encargado de los procesos de confirmación de jueces federales, uno de los terrenos donde Trump ha más que satisfecho sus promesas a sus votantes. «¡Tenemos esta obligación, sin demora!»

En sus ecuaciones hay muchas incógnitas, incluyendo qué posición tomarán algunos senadores republicanos que se enfrentan a una reelección complicada o si los tiempos del proceso permitirán hacerlo antes de las elecciones. En cualquier caso, y pase lo que pase en las urnas el 3 de noviembre, los republicanos tienen el control del Senado asegurado hasta el 3 de enero de 2021 y podrían votar incluso si pierden la mayoría o si Trump no es reelegido.

La propia Bader Ginsburg era consciente de lo que representaría su muerte durante el mandato de Trump. Según reveló NPR, dictó a su nieta unos días antes de morir un comunicado: «mi más ferviente deseo es no ser reemplazada hasta que tome posesión un nuevo presidente». Ese es el empeño con el que, incluso con el viento en contra en el Senado, se han comprometido ahora Biden, Kamala Harris y los demócratas.

Los cálculos electorales funcionan ya a toda máquina en los dos campos. Y es cierto para Trump y los republicanos la apertura de la vacante del Supremo puede ser un elemento de movilización del voto conservador, especialmente el religioso y el que se mueve por la radical oposición al aborto, y de recaudación de fondos. El viernes mismo, en las dos horas siguientes al anuncio de la muerte de Bader Ginsburg, los demócratas batieron récords de recaudación. H