En la ciudad más poblada del mundo mandará una mujer. El asunto no parece noticioso cuando otras presiden la vecina Corea del Sur u opositan a la Casa Blanca, pero esa ciudad es Tokio y está en Japón. En la campaña electoral han emergido las enmohecidas estructuras machistas de un país líder en innovación tecnológica y que ocupa el puesto 104 de 142 en desigualdad sexista.

Yuriko Koike se ha impuesto a los otros 20 candidatos con casi tres millones de votos, muy por encima del político Hiroya Masuda y del reputado periodista Shuntaro Torigoe. “Lideraré las políticas de Tokio de una manera sin precedentes”, ha prometido Koike con una voz rota tras semanas de una campaña fragorosa y turbia. No solo ha habido sexismo, sino escándalos sexuales. A Torigoe le sacaron un supuesto idilio con una estudiante que habría ocurrido diez años atrás. Sus firmes desmentidos fueron irrelevantes. El progresista profesor era una amenaza para el establishment conservador.

Las políticas de Koike suscitan menos temores. La nueva alcaldesa se alinea con el nacionalismo más rancio en muchas cuestiones: se opone a la participación de los extranjeros en las elecciones regionales, al sistema de escuelas surcoreanas o a la inmigración. Pero su condición de mujer y su decisión de presentarse en contra del candidato oficial de su partido han generado los ataques, especialmente desde sus filas.

Shintaro Ishihara, el gran gurú del Partido Democrático Liberal, la definió recientemente como una “vieja mujer a la que se le pasó hace tiempo el arroz” y alertó de que “no se puede dejar Tokio a una mujer con demasiado maquillaje”. Al octogenario Ishihara lo mismo le da el machismo que el hipernacionalismo con el que descompone sin remedio a China y Corea del Sur. La lideresa del Partido Democrático Social, Mizuho Fukushima, desechó su apoyo por el simple hecho de ser mujer. “No tendría sentido cuando se viste como una mujer pero actúa como un hombre extremista”, señaló.

Presentadora en TV

Koike ha desdeñado los comentarios con un “ya estoy acostumbrada” y prometido que en Tokio brillarán tanto las mujeres como los hombres. Estudió sociología en Egipto, habla árabe e inglés y fue presentadora televisiva antes de entrar en la política nacional, donde ha presidido los ministerios de Medioambiente y Defensa.

Su presencia va a contrapelo en la esclerotizada y masculinizada estructura de poder japonés. Solo ha habido siete gobernadoras en las 47 prefecturas y 435 de los 475 asientos del Parlamento están ocupados por hombres. Aún se recuerda que el discurso de Ayaka Shiomura en el gobierno de Tokyo dos años atrás a favor de la mujer trabajadora fue interrumpido con consejos de que se casara y otras chanzas.

El primer ministro, Shinzo Abe, ha emprendido una audaz campaña para empujar a la mujer al mercado de trabajo que choca con la mentalidad social. El 60 % de las mujeres deja su trabajo tras dar a luz y en los últimos años han aumentado las denuncias por despidos, degradaciones laborales, tratos injustos o abusos verbales. Los datos oficiales señalan que ganan un 70 % del salario de los hombres por el mismo trabajo.

A Koike le esperan retos mayores que el machismo social. Tendrá que pilotar la ciudad hacia los Juegos Olímpicos del 2020 en medio de escándalos de plagios y de costes desorbitados en un contexto de recesión económica. Se espera de los Juegos que muestren al mundo el Japón del siglo XXI y nada apuntalaría más su entrada en la modernidad que una mujer al mando.