Hace dos años, al día siguiente de que Trump tomara posesión de la presidencia de Estados Unidos, millones de mujeres marcharon en Washington y en decenas de ciudades del país y del resto del mundo en una protesta de dimensiones históricas. Este sábado, en la víspera de que se cumplan dos años de esa presidencia, decenas de miles han vuelto a tomar las calles para reclamar el respeto a sus derechos y denunciar políticas regresivas no solo en cuestiones de género. Lo han hecho en una jornada de marchas y manifestaciones más débiles, sacudidas por polémicas y divisiones internas en el movimiento, pero con el mismo espíritu decidido y reivindicativo. También, de celebración, especialmente después de las elecciones legislativas de noviembre en las que el voto femenino fue trascendental para que los demócratas recuperaran el control de la Cámara de Representantes y llegara a las cámaras una nueva hornada de congresistas, más que nunca antes y que personalizan como nunca antes la diversidad.

«Mientras no estemos calladas Donald Trump y su Administración nos oirán, quieran o no», decía en Foley Square en la gélida mañana neoyorquina Kara Bryan, una mujer negra de 31 años. Ella se había decidido a acudir a la protesta organizada por el capítulo local de la Women’s March, el grupo que estuvo detrás de la protesta original de 2017 y del que se han alejado y hasta escindido otros grupos y distanciado esponsors y políticos por las polémicas declaraciones y posiciones de algunas de sus líderes, acusadas ahora de no denunciar con contundencia el antisemitismo, de excluir a la comunidad LGBTI e incluso de intentar frenar a otros grupos al querer registrar como marca Marcha de mujeres, un paso que se ha retado en los tribunales.

La división se recibe con «tristeza», como la que confesaban Lilly Rusek y Anita Hu de camino a Central Park, donde participaban en la manifestación convocada por uno de esos grupos escindidos, la Women’s March Alliance. Pero ese sentimiento no es el dominante, ni siquiera para estas dos mujeres de 72 y 62 años respectivamente. «La gente que participa en estas acciones se siente acompañada, siente que se pueden lograr cosas, da y recibe una energía que es la que impulsó los resultados de las legislativas», reflexionaba Hu.

Entre las mujeres parecía haberse extendido la idea que lanzó la feminista Gloria Steinem cuando supo que habría dos manifestaciones en Nueva York: «Marchen en una de ellas, pero marchen». Shannon Lawrie, una australiana de 32 años que trabaja en la Organización Nacional para las Mujeres, explicaba que trabajadoras de esta organización feminista se habían repartido entre las dos marchas neoyorquinas. «Espero que todo el mundo pueda ir a una convocatoria en la que se sienta cómodo, lo importante es salir y no quedarse en casa y seguir resistiendo a Trump», decía. Y Nina, una joven de 23 años que acudió a Foley Square con su amiga Jess, incidía. «Este movimiento es un trabajo en construcción. Hay que solucionar muchas cosas, pero tenemos confianza en que un día se conseguirá».

De momento, y pese a las divisiones y la menor asistencia, las marchas volvieron a ser un ejercicio de reivindicación. Se repetían reclamaciones que van desde los derechos reproductivos hasta el acceso a la sanidad para todos, el respeto a los inmigrantes y refugiados o la lucha medioambiental o por la justicia racial y social. «Trump tiene más pataletas que yo... ¡Y tengo cuatro años!» se leía en la pancarta de una niña en Nueva York.