Japón ya ha formalizado el relevo en el Trono del Crisantemo. El emperador Naruhito se estrenó ayer prometiendo que continuará la senda desacralizadora y pacifista de su padre. El júbilo se extendió en las calles por la entrada en la era Reiwa mientras en palacio se observaba el protocolo con solemnidad y contención muy japonesas. Naruhito glosó el legado recibido del ya emperador emérito Akihito. Su padre, recordó, «cumplió cada uno de sus deberes con la mayor seriedad durante más de 30 años, mientras rezaba por la paz y la felicidad del pueblo, y siempre compartiendo las alegrías y los sufrimientos de la gente». Fue un discurso sin sorpresas y que siguió las líneas maestras del escuchado el martes en la abdicación de su predecesor. Prometió cumplir la función constitucional de símbolo del Estado y de la unidad del pueblo siguiendo «el camino recorrido por los anteriores emperadores». «Cuando pienso en la responsabilidad que asumo, me embarga un sentimiento de solemnidad», reconoció.

El primer ministro, Shinzo Abe, presente en la ceremonia junto al resto de su Gabinete, le expresó sus «felicitaciones más sinceras» en nombre del pueblo japonés. «Estamos decididos a crear un futuro brillante para un Japón orgulloso y lleno de paz y esperanza en unos tiempos en los que la situación internacional sufre cambios dramáticos», añadió. No aclaró a qué cambios se refería pero en el pasado ha justificado en la amenaza norcoreana y el auge de la influencia de China el aumento del gasto militar y la reforma de la ejemplar constitución pacifista. Los expertos advierten de que la falta de sintonía entre Gobierno y emperador en esos asuntos se acentuará con el nuevo inquilino de palacio.

Naruhito recibió los objetos que cumplen el simbolismo de la corona en las monarquías occidentales. Son la espada y la joya que, según la leyenda, la Diosa del Sol ofreció a sus antepasados. También un espejo, que ni siquiera salió del santuario de Ise. Fueron trasladados junto a los sellos oficiales con los que firmará las leyes en cajas cerradas por los chambelanes al pequeño púlpito del Salón del Pino, en el Palacio Imperial, que compartió Naruhito con su hermano menor, Akishino, y el príncipe Hitachi. La pareja se dirigirá por primera vez a su pueblo el sábado.