Evo Morales (Orinoca, 1959) dice sentirse expresidente por haber cumplido el mandato del pueblo, pero se considera jurídicamente aún presidente de Bolivia desde el exilio en México.

—Renunció para evitar mayor derramamiento de sangre, pero la violencia ha aumentado y se ha agudizado la crisis social.

—Renuncié para evitar más agresión a nuestro movimiento político de liberación. Sin embargo, bajo ese golpe de Estado empieza una dictadura: en cinco días, 24 muertos a bala, más de 150 detenidos que están siendo torturados al estilo de las dictaduras del siglo pasado.

—La presidenta del Senado, Eva Copa, de su propio partido MAS, pidió a los movimientos sociales «deponer posiciones» para «no vivir del luto», mientras usted sigue azuzando a las bases. ¿Resulta esto contradictorio?

—No es que desde aquí estemos impulsando a las bases, queremos que haya diálogo y desde el martes pedimos una mediación.

—Sobre ese diálogo ya hay una mesa de negociación y los diputados y senadoras de su partido ya han asumido funciones. Se han dado pasos para lograr la paz y la restauración del poder. ¿Estaría dispuesto a dar un paso atrás renunciando a participar de ese diálogo?

—La ruta del diálogo primero debe ser identificar a las autores intelectuales y materiales de estos delitos de lesa humanidad. Segundo: dar todas las garantías a autoridades, líderes sindicales, asambleístas, porque una de las amenazas es cerrar la Asamblea. Y tercero, hay que escuchar a los compañeros movilizados sobre la petición de sacar a Jeanine Añez. Personalmente estoy acá hacinado. Quién sabe si determinados sectores sociales, no todos, me puedan escuchar a mí.

—La pregunta era si es posible y viable un diálogo sin Evo.

—Es posible.

—¿Por qué ha nombrado al expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, como posible mediador, cuando su mediación en Venezuela no tuvo todo el éxito deseado?

—No terminó la crisis, pero evitó el golpe de Estado. No solo Rodríguez Zapatero, sino varios facilitadores internacionales evitaron la intervención militar.

—¿Qué le parece la falta de pronunciamiento público de España y de la Unión Europea?

—No tengo últimas informaciones, pero que yo sepa Europa siempre respeta las elecciones, las constituciones y yo he recibido unas llamadas telefónicas, no recuerdo de qué países.

—¿Ha recibido alguna llamada del gobierno español o de algún partido político?

—Sí, de algunos amigos, algunos movimientos sociales. Del Estado, no.

—¿Entra en sus planes aceptar la invitación de asilo del presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, y de ahí entrar por tierra a Bolivia?

—Uno quisiera volver lo antes posible a su país. Por más que haya un gobierno de facto, pido garantías. Saludo que el gobierno de México me haya salvado la vida. Pero sí, siento que podría estar mejor cerca de mi país, aunque no está decidido.

—La presidenta interina, Jeanine Áñez, advierte que si regresa a Bolivia tendrá que enfrentarse a la Justicia por fraude electoral y corrupción. ¿Se presentaría ante la Justicia para poder regresar?

—Siempre he respondido ante la Justicia desde que soy dirigente sindical. La historia se repite: me expulsaron del Congreso en 2002 para inhabilitarme por instrucción de la embajada de EEUU y ahora me expulsan de Bolivia. Son mentiras y acusaciones para quererme amedrentar.

—¿Se sentaría en el banquillo?

—¿Cuántas veces me han hecho sentar? Esa es nuestra lucha, es la lucha del mundo indígena, pero ha de saber que ésta es una cuestión de clases. No aceptan que un indígena junto al pueblo hayamos cambiado Bolivia.

—Alguna vez ha dicho que solo usted puede encabezar la transformación de Bolivia. ¿Su partido no tiene ningún líder válido?

—Solo decía que tal vez yo tenga más experiencia. Para hacer política hay que saber unir al pueblo y yo empecé desde muy joven. Tenemos líderes de sobras, pero uno es una referencia. En todo caso es mi obligación acompañar a esos nuevos líderes. Mi gran deseo es cómo pacificar y si sirvo algo para pacificar, estamos allá para empezar el diálogo con los opositores, con los movimientos sociales o también con el gobierno de facto.

—En 14 años de gobierno cosechó una amplia popularidad, pero empezó a languidecer en 2016, ¿Fue un error desacatar la voluntad del pueblo que rechazó la posibilidad de su reelección en el referéndum en 2016?

—Nos ganaron por pocos votos. Con 60 o 70 votos más, ganábamos nosotros. Pero al margen del referéndum, si algunos consideran que era candidato ilegal e inconstitucional, ¿por qué se presentaron a competirme (en las elecciones de octubre de este año)?

—Confiarían en que esta vez sí se respetarían los resultados.

—Si querían que se respetase, no debían presentarse. Pero ellos saben que nuestra candidatura es constitucional porque mediante una sentencia constitucional se habilita.

—¿A partir de esa sentencia se polariza aún más la sociedad?

—Teníamos el 70-80% de aprobación. Evidentemente en tema de elección rondaba el 40%. En tema de encuestas para la reelección teníamos más del 50%. No tenemos nada que mentir.