Este 25 de agosto se cumple un año del comienzo de la oleada de violencia que tuvo lugar en Myanmar contra la minoría musulmana rohingya. Un año desde que más de 700.000 personas tuviesen que huir de sus casas de la noche a la mañana para salvar sus vidas. Un año viviendo hacinados en los campamentos de Cox’s Bazar, en Bangladesh, en situaciones muy precarias. Pero la justicia, un año después, solo ha llegado para siete soldados. Siete soldados. Ni uno más.

La mitad de las personas que malviven en el campo de refugiados de Cox’s Bazar son niños y niñas y de estos, 6.000 están solos, separados de sus familias. Niños que no sólo se enfrentan a una escasez de alimento sino también a la explotación y al abuso. A las duras y precarias condiciones de vida de los campamentos ahora se suma la llegada de las lluvias del monzón. El campo se ha convertido en un barrizal intransitable donde han aparecido los primeros brotes de cólera ya que el agua se mezcla con los residuos fecales. Además, los deslizamientos e inundaciones estan destruyendo las viviendas construidas con plástico y bambú. Y desde el campo, a lo lejos, aún pueden ver las colinas de Myanmar, la casa a la que un día les gustaría regresar. Pero este día no está cerca ya que, de momento, no existen condiciones de seguridad que permitan a los rohingya regresar a sus poblaciones. Y así pasan un día tras otro, y los niños crecen en un lugar donde ningún niño debería pasar su infancia.

Muchos de estos niños y niñas han vivido horrores que no se pueden ni describir. Han sufrido agresiones directas, han visto como mataban a sus familiares, amigos, vecinos… De hecho, uno de cada dos niños rohingya que huyó de la violencia en Myanmar sin sus padres quedó huérfano debido a la brutal violencia que se vivió en el estado de Rakhine. La violencia que hubo durante aquellos días fue de tal envergadura que se ha llegado a describir como limpieza étnica, crimen contra la humanidad e incluso un posible genocidio. Los soldados quemaron aldeas enteras, se produjeron masacres, y mujeres y niñas fueron violadas. Pero a pesar de la gravedad de esta barbarie solo siete soldados han sido llevados ante la justicia por los crímenes que cometieron.

Rahimol solo tiene 10 años. Los militares atacaron la aldea en la que vivía con su familia y dispararon a su padre delante suyo. Murió al instante. Huyó junto a sus vecinos y su hermano mayor porque no lograron encontrar a su madre. Durante cuatro días caminaron descalzos, sin agua y sin comida. Cuando cruzaron la frontera de Bangladesh perdió a su hermano entre el tumulto. Llegó a Cox’s Bazar donde vive desde entonces esperando algún día poder reencontrarse con su hermano y dejar de sentirse tan solo.

Todos y cada uno de ellos cuentan historias parecidas de ataques en las aldeas y huidas con lo puesto, sin tiempo de preparar nada para salvar sus vidas. Marium, de 11 años, también escapó de su aldea cuando los militares la saquearon junto a su padre y hermana, pero en la huida su padre fue asesinado y ella resultó gravemente herida al recibir varios disparos en la pierna. Su tío intento curarle la herida, pero Marium no dejaba de gritar, por el dolor y por la pérdida de su padre. La angustia está en todas partes.

El pueblo rohingya merece que se haga justicia. Por eso desde Save the Children hemos lanzado una campaña para pedir que se lleve ante la justicia a través de la Corte Penal Internacional a los responsables de las atrocidades cometidas contra los rohingya. Es necesario que la justicia actúe para que estos crímenes tan atroces que han vivido niños y niñas no vuelvan a repetirse jamás.