Mencionó el «sufrimiento» de los que huyeron hacia Bangladés sin aclarar que escapaban de la represión ni identificarlos como rohinyás. Fue lo más cerca que estuvo Aung San Suu Kyi de disculparse por las matanzas sobre esa etnia musulmana que esta semana juzga la Corte de Justicia Internacional de La Haya. El resto del discurso de la líder birmana transitó por trillados terrenos negacionistas: las acusaciones sobre genocidio son «objetivamente engañosas» y el caso es «incompleto e incorrecto».

El tribunal de La Haya juzga las actuaciones militares birmanas en el 2016 y 2017 que provocaron miles de civiles asesinados y más de 800.000 exiliados. El cuadro de violaciones grupales, quemas de poblados y violencia desatada ha sido calificado como «un ejemplo de manual del genocidio». La nobel de la Paz comparecía ayer para rebatir este reguero de barbaridades.

Suu Kyi abrió su intervención recordando atroces genocidios y se esforzó después en explicar por qué lo de Birmania no lo es. Recordó que su Gobierno está preparado para recibir a los huidos y ha aprobado medidas para solventar las tensiones étnicas; ocurre que los rohinyás prefieren las condiciones infrahumanas de los campos de refugiados de Bangladés que lidiar de nuevo con los militares birmanos.

Admitió que quizá los soldados utilizaron una fuerza excesiva y prometió que serían castigados; ocurre que siete de ellos salieron en mayo de la cárcel a pesar de sus condenas por matar a una decena de hombres y niños. Y aludió a los atentados del Ejército de Salvación Arakan como desencadenantes de la respuesta militar; ocurre que, como en el asunto uigur, la lucha antiterrorista difícilmente justifica la represión sobre un pueblo.

Los expertos debaten qué ha empujado a Suu Kyi a presentarse voluntariamente al proceso, sin formación legal y con el riesgo de arruinar una reputación que años atrás sintetizaba los ideales democráticos. Los rohinyás han vivido durante siglos en Birmania aunque carecen de Estado.