Hace poco más de una semana que el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, dio un golpe sobre el tablero político internacional al derrotar contra pronóstico a Hillary Clinton y convertirse en el próximo líder de la primera potencia mundial. Al otro lado del Atlántico, una pragmática aunque disgustada Angela Merkel felicitaba al vencedor, consciente de que los tiempos de sintonía se han terminado. Este miércoles Barack Obama ha aterrizado en Berlín para despedirse de su “mejor aliada internacional en los últimos ocho años”, la pareja de baile con la que ha impulsado su legado, ahora amenazado.

La victoria de Obama en el 2008 y sus promesas electorales sentaron muy bien en una Alemania cansada del unilateralismo de George W. Bush. Ambos líderes supieron aprovechar su entendimiento personal para estrechar lazos políticos y económicos en beneficio mutuo. Los seis viajes de Obama a Alemania, más que ningún otro presidente estadounidense, ilustran esa creciente alianza. Ante la progresiva decadencia de Francia y el aislacionismo europeísta del Reino Unido, Merkel se hizo fuerte como gran estadista del proyecto comunitario. La potencia económica continental también gozaba de una cierta hegemonía política. A pesar de los baches, Merkel y Obama han exhibido siempre una excelente relación diplomática que, según han apuntado, también tiene algo de amistad personal.

Obama siempre se ha mostrado como un presidente idealista, mientras que Merkel es el claro ejemplo político del realismo cerebral alemán. Eso no ha evitado que, a pesar de sus diferencias, se hayan alabado mútuamente. La llegada de miles de refugiados a Europa y la solidaridad alemana en su acogida, casi única en el continente, acentuaron ese respeto. “La admiro. Está en el lado correcto de la historia”, aseguró Obama en Hannover el pasado abril.

MERKEL, SOLA ANTE EL POPULISMO

Una victoria de Clinton habría asegurado el continuismo de la línea Obama y una sintonía que ambas líderes comparten. La incertidumbre y recelos que despierta Trump, quién acusó a Merkel de llevar a Alemania “a la ruina” por su acogida a los refugiados, no gusta en Berlín, donde preocupa especialmente la aceptación de una retórica xenófoba y nacionalista que en casa da alas al partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD). Eso ha llevado a publicaciones como el 'New York Times' a asegurar que, ante la victoria del 'brexit' en el Reino Unido y el avance del lepenismo en su vecina Francia, Merkel se ha quedado sola como última defensora de la democracia liberal.

La excesiva proximidad de Trump a Vladimir Putin y a las formaciones populistas que proliferan por el continente ha llevado a altos miembros del Gobierno, como el vicecanciller y líder de los socialdemócratas Sigmar Gabriel, a acusar al sucesor de Obama de ser un “autoritario chovinista”. Su rechazo a la aprobación del controvertido tratado de libre comercio entre EEUU y la UE (TTIP, por sus siglas en inglés), un acuerdo ambiciosamente impulsado y defendido desde Washington y Berlín, es otro escollo que habrá que sortear.

DIVERGENCIAS Y PUNTOS DE FRICCIÓN

De todos modos, los intereses de ambas potencias no siempre han coincidido. En el plano económico, Merkel pidió una mayor regulación del mercado financiero tras la debacle de la crisis del 2008, algo que disgustaba a Obama. Este, a su vez, ha presionado a la cancillera para que Alemania estimule la economía europea con una mayor inyección de capital y más solidaridad con los países de la UE, temeroso de que la crisis del euro repercutiera en una economía estadounidense cada vez más saneada. A pesar de estos mensajes, Merkel ha seguido orquestando un duro mensaje de austeridad para hacer frente a la crisis de las deudas soberanas.

En la política internacional, ambos actores han jugado un papel diferenciado. A pesar de compartir objetivos en la lucha contra el terrorismo yihadista y en intentar evitar el auge de la influencia rusa en el este de Europa, Merkel ha hecho gala de su pragmatismo y ha puesto en marcha una 'realpolitik' que le ha permitido hacer de puente con la Rusia de Putin y mostrarse más escéptica con el intervencionismo estadounidense. Obama ha recurrido más al soft power que su predecesor pero ha vuelto a recurrir a las armas en polvorines como los de Libia o Siria. En el primero, Merkel dio la espalda a la coalición occidental y evitó sumarse a un bombardeo fundamentado en mentiras. Ante la insurgencia del Estado Islámico, Alemania ha empezado a involucrarse más en este complejo conflicto en el último año, después de que Obama la presionase.

Pero si algo ha amenazado con truncar esa relación fueron las revelaciones que en el 2013 apuntaban que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EEUU había pinchado el teléfono de la cancillera desde 1999 y había espiado masivamente a ciudadanos europeos. El grotesco escándalo del espionaje estadounidense, conocido gracias a las filtraciones del exanalista de la CIA Edward Snowden, hizo temblar la sintonía entre las dos mayores potencias de ambos lados del Atlántico e inquietó a un país históricamente muy preocupado por su privacidad. A pesar de la indignación, Merkel optó por seguir siendo pragmática y avanzar así en otras materias. Incluso las mejores parejas de baile pueden pisarse los pies.