A 13 meses de las presidenciales, el mandato de François Hollande agoniza. La creciente insatisfacción del electorado que le aupó al Elíseo en mayo del 2012, se une a la división en su propia familia política y un aroma de parálisis política que arroja dudas sobre su eventual candidatura en la contienda electoral del 2017, que Hollande ha supeditado a un descenso de las cifras del paro.

La imagen del jefe del Estado se degrada a pasos agigantados y el fiasco de la reforma constitucional con la que pretendió unir al país en la lucha contra el terrorismo tras los sangrientos atentados de París no ayudará a mejorarla. El 43% de los franceses rechaza la actuación de Hollande, que no pasaría a la segunda vuelta de las presidenciales fuera quien fuera el contrincante de la derecha.

A Hollande le pasan facturan los dos proyectos más controvertidos presentados este año: la retirada de la nacionalidad a los condenados por terrorismo y la reforma laboral en la que sindicatos y estudiantes ven vía libre hacia la precarización del trabajo. La erosión es, además, profunda en el núcleo de su electorado. Sólo el 45% de quienes le dieron su confianza hace cuatro años volvería a votarle.

EL FRENTE NACIONAL, EL ÚNICO BENEFICIADO

Todos los indicadores son negativos y la prensa francesa acribilla este jueves al presidente, bien por la falta de cintura política que trasluce renunciar a la reforma constitucional, bien por haber sumido al país en un desgarrador e infructuoso debate de cuatro meses durante los cuales sólo el Frente Nacional ha logrado rentabilizar la partida.

“François Hollande es el primer perdedor de este triste culebrón. Pensó que eran pocos los riesgos de una medida deseada por la oposición y ampliamente apoyada por la opinión pública. Pero se equivocó al olvidar lo esencial: no se toca la Constitución sin principios ni convicciones. En su apuesta había demasiados cálculos y segundas intenciones. Todo se volvió incomprensible y este violento oleaje ha terminado por arrastrarle”, editorializa el izquierdista ‘Libération’.

La desesperación cunde también en el círculo próximo al inquilino del Elíseo, que se ha acostumbrado a encajar malas noticias y prepara ya una estrategia para ‘salvar’ in extremis a un presidente al que la izquierda acusa de haber traicionado al socialismo con una política neoliberal que hace constantes regalos a las empresas.

EVITAR EL FRACASO

“Hay que volver a estabilizar la situación, salir de esta especie de tormenta permanente. Tenemos tres meses para convencer a la gente de que el fracaso no es inevitable”, dice en ‘Le Monde’ un colaborador del presidente.

Sin embargo, la tarea puede ser titánica porque está en duda el propio método de Hollande para llevar adelante las reformas, “dando dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, y generando una sensación constante de desconcierto”. Lo hizo con la ley del matrimonio homosexual, abandonando por el camino el aspecto más relevante del proyecto (la reproducción asistida), con la retirada de la nacionalidad y podría repetirlo con la reforma laboral. “Al final la verdadera causa de su impopularidad es su incapacidad para enunciar claramente los principios de la política que hace”, señala el semanario ‘L’Express’.

DEBILITADO ANTE LA OPINIÓN PÚBLICA

Muchos analistas se preguntan ahora qué puede hacer un presidente debilitado ante la opinión pública -el 83% no confía en Hollande para resolver los problemas de Francia, según un sondeo de TNS para ‘Le Figaro'-, carente de resultados y criticado en sus propias filas. Qué salida buscará al clamor de la calle en contra de la reforma laboral sin edulcorar el proyecto de la ministra Myriam El Khomri, cómo reparar el destrozo de la revisión constitucional o plantearse la reelección. “El último año de mandato se abre con una letanía de cuestiones sin respuesta”, resume el diario económico ‘Les Echos’.

Dilapidado el caudal de popularidad que logró con la gestión de los atentados de París, acumulando derrotas electorales desde hace dos años y con el reloj en contra, otra incógnita es saber si se cumplirá el augurio expresado por el primer ministro, Manuel Valls, en junio del 2014. “Sí, la izquierda puede morir”, dijo entonces.