Los paraguayos acudieron ayer a las urnas para elegir su nuevo presidente, las autoridades provinciales y renovar el Congreso. Si no tiene lugar un milagro, el sucesor de Horacio Cartes será un miembro del partido que ha gobernado ese país casi sin interrupción desde 1954, la Asociación Nacionalista Republicana, conocida como colorados.

La fórmula que comparten Mario Abdo Benítez y Hugo Velázquez aparece como favorita en las encuestas electorales previas. Una coalición de centro izquierda, la Gran Alianza Renovada (Ganar), que lleva como candidatos a Efraín Alegre y Leonardo Rubín creía que la victoria era posible, como en el 2008, cuando el exobispo Fernando Lugo puso un paréntesis a la larga hegemonía colorada.

Lugo, quien fue destituido en el 2012 por un golpe parlamentario similar al que sacó del poder a Dilma Rousseff dos años más tarde, aspira en esta contienda a un lugar en el senado.

Cartes abandona la presidencia con una aprobación del 23%. Su Administración ha sido de alguna manera pionera en el giro hacia la derecha del Mercosur que luego completaron Brasil y Argentina. En los últimos cinco años la economía ha crecido un 21% gracias a la producción sojera y ganadera. Para este año se augura una subida del 4,1%.

Paraguay sigue siendo, no obstante, uno de los países más desiguales de América Latina. Las cifras de pobreza más benévolas superan el 26%. Sus gobiernos son los que menos invierten en educación. El 57,8% de los jóvenes de entre 15 y 29 años no estudia. El empleo informal supera el 70%. Las mujeres perciben 64% menos que los hombres en la misma actividad. A pesar de esas contradicciones flagrantes del país sudamericano, el oficialismo confía en que su maquinaria política y el control del Estado le faciliten la victoria.