Pese a su teórica sintonía ideológica, un abismo separa al bloguero anticorrupción Alekséi Navalni y a la presentadora de televisión Ksenia Sobchak, probablemente las dos figuras más relevantes de la oposición liberal en Rusia. En estos días previos a las elecciones presidenciales, el primero se dirige a sus simpatizantes, en una austera página web sin imágenes, invitándoles a unirse a su «huelga de electores» y a no acudir a votar, tras ser excluido de la parrilla de candidatos a presidente debido a una condena judicial en un discutido caso de corrupción.

La segunda ha podido cumplimentar sin problemas los trámites burocráticos que le exige el Estado, despertando no pocas sospechas entre sus correligionarios, y augura, en su portada de internet, que la «primavera está cerca», apareciendo sonriente, rodeada de seguidores y en actitud triunfante. «Esto solo es el principio; ¿el principio de qué? Pronto lo sabréis», jalea a su audiencia.

Mañana, ese nada despreciable sector de la opinión pública rusa que mira hacia Occidente, que sueña con ver un día implantada en el país una democracia de corte liberal y que es especialmente numeroso en Moscú y San Peterburgo, deberá dirimir si asume la estrategia de Navalni y opta por ignorar la convocatoria electoral o cree en las promesas aún por determinar de Sobchak, acudiendo a los colegios a depositar una papeleta sin ninguna posibilidad de triunfo.

El debate sobre la estrategia a seguir, que se resume en colaborar o no con el sistema, es una de las principales fuentes de división en las distintas facciones que forman la oposición liberal. Los más conciliadores resaltan que nada se logra autoexcluyéndose del juego político. Los más rupturistas creen que una elevada abstención debilitaría al presidente, ya que pondría en cuestión su legitimidad misma. La cuestión no es baladí, después de que desde la propia Administración Presidencial se estableciera un porcentaje de participación del 70% para considerar exitosa la convocatoria electoral.

NUEVOS ELECTORES / «Ksenia Sobchak debería atraer a nuevos electores, en el pasado fue una política seria; sin embargo, ahora no se puede desprender de su imagen de Paris Hilton», explica en un bar moscovita Tatiana Felgenhauer, redactora jefa de la emisora liberal Eco de Moscú. Felgenhauer considera creíble el rumor de que en realidad la candidatura de Sobchak, hija del mentor de Putin en los años 90, el alcalde de Leningrado Anatoli Sobchak, no es más que una operación bendecida por el Kremlin para fomentar la participación y dividir a sus enemigos, en una relación en la que ambos salen ganando.

«Ella está apareciendo en todos los canales de televisión federales; en Rusia, la principal fuente de ingresos para celebridades como ella es el trabajo que realizan como maestros de ceremonias en las fiestas privadas para la élite; apareciendo en televisión, sus potenciales clientes reciben el mensaje de que ha sido aprobada, de que oficialmente se la puede querer», comenta la reportera. Sobchak participó activamente en las protestas contra el regreso de Putin a la presidencia en el 2011 y el 2012, y desde entonces prácticamente había desaparecido del ojo público.

Andréi Kortúnov, director del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales, un laboratorio de ideas participado por varios ministerios, ve aspectos positivos en la figura de Sobchak, incluida la posible entrada de los liberales en un Parlamento del que han estado ausentes en las últimas legislaturas, en las que ha estado copado por formaciones políticas que no cuestionan a Putin. «Dado el vínculo casi familiar entre Putin y Sobchak, es impensable que el presidente vaya a maltratarla como hace con Navalni», señala.

Es incuestionable que Navalni, tras las exitosas acciones de protesta de los últimos meses para denunciar la corrupción, que congregaron a decenas de miles de personas en un centenar largo de ciudades, se ha erigido como el principal líder opositor. Sin embargo, su capacidad para formar alianzas está por demostrar. «Navalni es un líder y es una opción, pero tiene que probar que puede forjar consensos con gente que no le gusta nada», detalla el director del think tank.

La rivalidad entre Sobchak, Navalni y otros candidatos o excandidatos liberales como Grigori Yavlinski y Ekaterina Gordon resta fuerza al voto de un segmento de la población que podría aportar cambios y al que Putin ignora desde las protestas del 2012. «Aquellas manifestaciones fueron muy dolorosas para él. Los manifestantes eran la clase media rusa, los más beneficiados por su gestión, y Putin pensaba que le iban a ser leales porque lo tenían todo: altos ingresos, buen nivel de vida», constata el periodista y cineasta Mijaíl Zygar, fundador de Dozhd TV, la única televisión independiente. «Desde entonces, el presidente ha preferido centrarse en satisfacer a la clase trabajadora y nacionalista», puntualiza Zygar.