Todo le sucede de manera vertiginosa a la senadora Jeanine Áñez. En la noche del martes se autoproclamó sin quórum parlamentario presidenta interina y de forma apurada buscará llevar a Bolivia a nuevas elecciones en 90 días. Sus colaboradores inmediatos provienen de la derecha como ella. Áñez recibió de inmediato la bendición del mismo Tribunal Constitucional que, en el 2017, había avalado la reelección indefinida del renunciante Evo Morales.

Los jueces encontraron un artículo en la Carta Magna que salvaba los papeles de los conjurados. «El funcionamiento del órgano ejecutivo de forma integral no debe verse suspendido», dictaminó. Ante la dimisión de Morales y toda la línea de sucesión natural, solo alcanzaba con que la segunda vicepresidenta del Senado se postulara a sí misma.

Cambiar de bando no es una prerrogativa exclusiva de los integrantes del Supremo. El general Willams Kaliman, comandante de las Fuerzas Armadas, dejó de considerarse un «soldado» de Evo en un santiamén. En su primera aparición pública después de los sucesos del domingo que lo tuvieron como protagonista decisivo al «recomendarle» a Morales que abandonara el poder, pasó de las palabras a los hechos: fue el encargado de calzarle la banda presidencial a Áñez. Este fue su último acto como autoridad castrense. Lo reemplazó en el cargo Carlos Rorellana Centallas, quien llamó a la población a la calma y a «deponer actitudes intransigentes».

La presidenta interina no dejó de enviar gestos simbólicos desde que ocupó el Palacio Quemado. Lo primero que hizo es salir al balcón con una Biblia y al lado del empresario cruceño Luis Fernando Camacho, quien luego se fue a celebrarlo frente al Cristo Redentor de la región de Santa Cruz y mucho antes de que se acelerara la conspiración había augurado el retorno de los rezos y los rosarios al Gobierno.

La presencia de Camacho y Áñez en ese balcón es a su manera un triunfo de la región más rica del país que en el 2007 intentó una aventura separatista y terminó a su manera logrando los objetivos de su élite por otros medios. Áñez no es cruceña. Proviene del Beni, el otro departamento del noreste que con mayor énfasis rechazó a Evo Morales. Sin embargo, pertenece al muy conservador Movimiento Demócrata Social que tiene sus raíces en la región vecina.

Ya reconocida por EEUU y Brasil como presidenta legítima, la senadora empezó a armar su equipo y la seguridad personal, encomendada esta vez a la policía y no a las Fuerzas Armadas, acaso como premio por haber encabezado los motines contra Evo. «Subordinación y constancia», les exigió Áñez a los uniformados y en ese pedido también quiso dejar claro el cambio de época en Bolivia. Militares y policías juraban hasta ahora con el lema «patria o muerte» que Fidel Castro hizo público en 1960 tras un atentado en el puerto de La Habana. Morales, un admirador incondicional y acrítico del castrismo, los hizo propio en sus ceremoniales de Estado.

FRAGILIDAD / El Gobierno provisional es consciente de su fragilidad y las protestas que se avecinan. No en vano, Camacho olvidó por un momento sus discursos sobre la superioridad de la raza blanca e hizo flamear en el balcón del palacio de Gobierno una whipala (bandera del pueblo indígena aimara). Camacho quiso dar a entender que las quemas de la bandera de los pueblos andinos por parte de uniformados había sido un malentendido.

Desde México, Morales ha comenzado a organizar la resistencia. Por ahora despotrica a través de Twitter. «Camacho, la Biblia no se usa para mandar a matar a bolivianos y la constitución política del Estado no es para quemar instituciones. Basta de destruir Bolivia», escribió. El expresidente acusó a la Organización de Estados Americanos (OEA) de haber sido un eslabón esencial en el proceso que condujo a su dimisión.

«Lamentablemente la OEA se ha sumado a ese golpe de Estado». Su secretario general, el uruguayo Luis Almagro, había considerado el martes que Morales había cavado su fosa al propiciar la alteración de las actas electorales que lo dieron vencedor en primera vuelta.