Por fin Gran Bretaña puede irse como quiera -o como pueda- de la Unión Europea. Las urnas han decidido poner un punto y aparte a los dilemas que los políticos eran incapaces de resolver ¿Quién quería otro referéndum? En seis semanas, el 31 de enero, tras la ratificación del Parlamento Europeo y de la Cámara de los Comunes, el divorcio se consumará. El sentido del voto da el poder a quienes quieren salir de una vez y cierra las demás alternativas. Poco importan las hipótesis sobre si lo que estaba en juego era un referéndum encubierto o unas generales con cuestiones de fondo tan graves como un sistema nacional de salud que se aguanta con pinzas, lo cierto es que los británicos han dicho basta.

Como el que intenta arrancar a alguien de la fiesta, después de haberse despedido tres veces, esta vez sí: se van. Ha hecho falta llenar las urnas para hacer evidente que los británicos estaban hartos de despedirse sin marcharse. Pero mas allá de eso hay también una responsabilidad enorme de una izquierda incapaz, un laborismo ambiguo y perdido en el laberinto del brexit. Que el líder progresista, Jeremy Corbyn, era un candidato demasiado alejado de sus votantes lo sabíamos todos, como lo sabían también en su partido al que muchos seguidores no le han dado apoyo, no por el brexit, sino por el propio Corbyn.

La debilidad de la izquierda ha transformado el país. Johnson tiene ahora tanto poder como el que tuvieron en su día Margaret Thatcher o Toni Blair. Un periodista educado en colegios de élite que hace tan solo cuatro años, como alcalde de Londres, dudaba sobre si quedarse o salir de Europa, va a dirigir ahora a un país, y tiene todo el poder para sacarlo fuera. El adiós debilita a Europa, pero curiosamente, tras casi cuatro años de dilema político, la UE, puede por fin sentirse aliviada. Lo mejor que podía pasar era un voto así: claro y contundente.

Empieza una despedida que no va a ser fácil para Europa, pero Londres tampoco podrá disfrutar de su libertad recuperada alejándose mucho, si no quiere poner en peligro la mitad de sus exportaciones al mercado que abandona. La vista puede girar ahora al otro lado del Atlántico, allá donde siempre ha mirado de reojo. Con Trump en la Casa Blanca, ansioso por vengarse de una Europa dirigida por líderes que recelan de él, Gran Bretaña va a encontrar un hombro donde apoyarse y paliar estragos.

Desde el jueves Gran Bretaña tiene un solo proyecto, un partido dominante y un horizonte inmediato fuera de la Unión, pero en contra de lo que pueda parecer, el Reino Unido peligra. Porque aunque en votos hay mayoría conservadora innegable, por territorios la división es profunda entre los que se quieren ir y los que no. Inglaterra y Gales contra Irlanda del Norte y Escocia.

El adiós no termina en las islas, pero a este lado del Canal de Mancha, no nos queda mas que desearles suerte en este regreso a su soberanía exclusiva, agitando los pañuelos de despedida que nunca quisimos sacar.