A Clement Chukwuma no le aflige el racismo. Tiene demasiado en qué pensar. «¿Lo dices por cómo nos miran? Estoy acostumbrado. No me molesta», afirma. Es nigeriano, tiene 28 años y la historia que cuenta responde a una categoría de perseguidos todavía escasamente considerados, pero que es hija de los tiempos actuales: los refugiados climáticos. Huyó de su país después de que milicianos de la etnia fulani, nómadas que en los últimos años se han enzarzado en cruentas guerras en busca de nuevos recursos y medios para hacer frente a la crisis climática en la África subsahariana, asaltaran su aldea en el sur de Nigeria y mataran a su padre.

«Primero me escondí tres meses en Benin y después fui a Turquía. De allí, crucé a Lesbos por 1.000 euros. Si vuelvo, me matarán», cuenta en el campo de refugiados en el que malvive, Moria, al que llegó hace siete meses. A su lado se encuentra Abdou (27 años), de Camerún, país hundido en un conflicto civil olvidado entre regiones angloparlantes y francófonas y que, según ACNUR, suma 60.000 refugiados. También está allí el ghanés Nathaniel, que por miedo no sale del campo, y otro joven de Costa de Marfil que quiere mantener el anonimato.

Ninguno de ellos se conocía antes del viaje, ahora sortean los días difíciles manteniéndose en contacto a través de sus teléfonos móviles y charlando cuando se ven. A veces, también acuden a misa. No están solos. Además de ellos hay centenares de refugiados procedentes de África en las islas del Egeo. Un colectivo casi invisible internacionalmente y que, por ser minoría -los somalís, la tercera comunidad más representada de los más de 40.000 que están hoy en las islas del Egeo, son el 6%-, padece más que otros no solo el recelo de algunos habitantes de la isla si no también el de otros migrantes.

Tan solo en enero, dos africanos -un congoleño y un yemení- murieron apuñalados en Moria, como recuerda Lorraine Leete, consejera legal de la oenegé Lesbos Legal. «Tienen mayores dificultades por ser menos numerosos y porque muchos son encarcelados al llegar, al ser hombres solos y provenir de países que son considerados de bajo riesgo (de persecución o muerte)», afirma Leete.