E n una cosa están de acuerdo demócratas y republicanos en estas elecciones: ambos ven al candidato del partido rival como una amenaza existencial para Estados Unidos, sus libertades, su democracia y su seguridad. Ese es el mensaje que transmitieron el lunes por la noche los conservadores en la primera jornada de la convención republicana, que sirvió también para nominar oficialmente y por unanimidad a Donald Trump como candidato a la reelección.

Su partido había prometido un cónclave optimista y vigorizante para recordarle al país «la promesa de América» en estos tiempos convulsos, pero acabó vendiendo una realidad tan tétrica como distópica para meter miedo sobre una eventual presidencia demócrata. Un discurso que combinaron con mensajes para blanquear la gestión presidencial de la pandemia.

De algún modo los republicanos han entrado en el juego de acusar a sus rivales de lo mismo que ellos acusan a Trump. Solo que lo hacen de forma más tremebunda e hipotética. «(Los demócratas) Quieren destruir este país y todo aquello que apreciamos y por lo que hemos luchado. Quieren robaros la libertad», dijo en el discurso más visceral y a gritos de la noche Kimberly Guilfoyle, quien estuvo casada nada menos que con el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom. Hoy es novia del hijo del presidente, Donald Trump Jr., un papel que ha asumido sin matices. «Quieren controlar cómo vivís, quieren esclavizaros al servicio de su ideología débil, dependiente, progresista y victimista», dijo la puertorriqueña.

Una profesora de California cargó contra los sindicatos, acusándoles de haber convertido las escuelas en «zonas de guerra», y una pareja de Misuri que se enfrenta a varios cargos por apuntar con rifles automáticos contra una manifestación de Black Lives Matter dijo que los demócratas aspiran a destruir los suburbios llenándolos de «viviendas para gente de pocos recursos». Otra manera de decir negros y latinos, una idea que Trump lleva tiempo propagando.

Su hijo Don Trump Jr. hizo hace cuatro años uno de los mejores discursos de la convención en Cleveland, dedicado a presentar a su padre como un entregado hombre de familia y un hábil negociador preocupado por el bienestar del país. Esta vez fue muy diferente. Describió a Biden como «el monstruo del lago Ness en el pantano» de Washington, un político al servicio de China –«Beijing Biden», le llamó– que «quiere traer más inmigrantes ilegales para quitarles el trabajo a los estadounidenses».

El supuesto aquelarre demócrata acabó ofuscando la defensa a ultranza que se hizo de Trump y sus casi cuatro años de mandato. Se dijo que ha cumplido «todas su promesas» y que es capaz de hacer grande nuevamente al país tras el parón forzoso por el virus. Los ponentes lo presentaron como un «atento padre afectuoso», un «gran líder», un «negociador duro y habilidoso» y un presidente «preocupado por la justicia social». Hasta cuatro negros tomaron la palabra, toda una señal de que el partido busca rascar votos en el más fiel de los electorados demócratas. Y en gran medida lo hicieron para negar que sea racista.

El presidente apareció en dos ocasiones por la noche. En una de ellas entrevistando a sanitarios y, en otra, a presos y rehenes en el extranjero liberados por su Administración. Dos momentos que buscaron presentarlo como un líder empático que se desvive por sus ciudadanos, en contra de ese personaje «cruel» y «sin principios» descrito por su hermana en un grabación reciente filtrada a la prensa.

Pero lo más orwelliano fue la defensa que se hizo de su gestión del coronavirus. Se acusó a los demócratas de haber ignorado sus riesgos y a la Organización Mundial de la Salud de haber confundido al mundo. Nada se dijo del desinterés que mostró durante semanas por la epidemia. El mensaje fue que sus «acciones decisivas han salvado millones de vidas». EEUU acumula más del 25% de los muertos por covid-19 en el mundo. Además, se mantiene como el más afectado por la pandemia. H