Cientos de sirios, asidos a banderas rusas y de la Siria gubernamental, acapararon el campus de la Universidad al Baath en Homs el pasado 9 de mayo, ese día sagrado para Rusia en que el país entero se lanza a la calle para conmemorar la victoria sobre la Alemania nazi. Un sol intenso se hacía sentir en la piel de unas gentes que celebraban, como un ruso más, esa festividad recién importada en Siria y de la que debidamente informó Spútnik, la agencia de noticias del Kremlin.

Serguéi Groguin, un alto oficial ruso, ascendió a la tarima de oradores y, micrófono en mano, estableció un paralelismo entre la victoriosa guerra de su país contra las huestes de Adolf Hitler y el reciente «triunfo» ruso-sirio en su lucha «contra el terrorismo», anunciando un prometedor futuro: «Pienso que pronto Siria volverá a ser de nuevo un país pacífico y próspero».

Paz y prosperidad son dos palabras aún esquivas en un lugar que ha padecido uno de los peores cataclismos de los últimos 80 años, con cientos de miles de muertos y millones de refugiados y desplazados. El presidente ruso, Vladímir Putin, acaba de reunirse en Sochi con sus socios, el iraní Hasán Rohani y el turco Recep Tayyip Erdogan, para lanzar un «proceso de paz» con el que -supuestamente- dar carpetazo a la guerra.

CUMBRE TRIPARTITA / Transcurridos varios días de la clausura de la cumbre tripartita, observadores y expertos se afanan en averiguar en qué consiste esta pax rusa diseñada por el Kremlin, y si verdaderamente puede traer al país la cacareada prosperidad.

El principal resultado de la cita ha sido la convocatoria de un Congreso Sirio sobre el Diálogo Nacional, a celebrarse también en Sochi en fecha a determinar, para redactar una Constitución y fijar un calendario electoral. La iniciativa es descrita en un e-mail por el politólogo ruso Vladímir Frolov como una «asamblea bajo el control de Rusia para fijar los parámetros del acuerdo y empujar/forzar a todos los contendientes a aceptarlo». Una vez cerrada la asamblea, el proceso «volvería a las negociaciones de Ginebra auspiciadas por la ONU», prosigue Frolov.

Con la convocatoria del congreso, opina el analista, Putin busca «diluir a la oposición armada invitando a toda clase de delegados menores que solo se representan a sí mismos», y así «limitar su capacidad de insistir en la marcha inmediata de Asad».

Y es que entre los analistas rusos crece la sensación de que el Kremlin se ha vuelto ya muy dependiente respecto a la figura del dictador sirio, acusado de graves crímenes de guerra, para garantizar su presencia militar en Siria y materializar sus objetivos económicos y geopolíticos, al menos en los próximos años. Y ello, pese a que en privado, durante ciertas fases de la guerra, el ministro de Exteriores Serguéi Lavrov prometió a sus colegas de la UE y EEUU -algunos de ellos dispuestos a creerle, como reconocieron ellos mismos en conversaciones con este diario- que Asad era material prescindible. «Rusia tiene dos líneas rojas en Siria: mantener a Asad en su cargo y garantizar la integridad territorial siria», detallaba por teléfono Alekséi Malashenko, orientalista y exdirector del centro Carnegie en Moscú.

Pese a que hay indicios de que el Kremlin llegó a buscar reemplazo a tan incómodo personaje, la batida no culminó con éxito ya que «las relaciones con Damasco se basan en la persona de Asad y Rusia no confía en nadie más», certifica Malashenko.

A partir de ahí se genera un dilema que la diplomacia rusa tendrá que resolver. Tanto la UE como EEUU parecen ser los únicos capaces de sufragar la reconstrucción de Siria, pero ya han dicho que no darán un céntimo en ausencia de una transición creíble. En un comunicado emitido en abril, los ministros de Exteriores de la UE solo se comprometieron a participar una vez que una «genuina e inclusiva transición política esté en marcha». Se trata, según Malashenko, de una «cuestión clave». «Rusia ya mantiene la rebelión prorrusa en Ucrania, la anexión de Crimea, y repúblicas satélites como Transdnistria u Osetia del Sur; no puede afrontar por si sola la tarea». Una posibilidad sería pedir la colaboración de los países emergentes, pero un masivo desembarco de China en Siria tampoco parece ser del agrado del Kremlin.