Cuando Emmanuel Macron y su esposa, Brigitte, pongan el pie en el fuerte de Bregançon harán algo más que oficializar sus vacaciones estivales. El presidente francés unirá su historia a la de sus predecesores mediante un ritual que gira en torno a uno de los tótems de la V República. Esta antigua fortaleza de origen incierto, convertida por Carlos de Anjou en una plaza fuerte de la costa mediterránea, se encarama en un pico rocoso de 35 metros de alto a 45 kilómetros al oeste de Saint Tropez, en la Costa Azul.

Macron ha devuelto el lugar a la tradición y ha recuperado su gestión. Además de construir un relato nacional y convertir el fuerte en una suerte de Camp David francés al servicio de su acción diplomática, quiere modernizarlo. Unido a la costa por un malecón artificial, Bregançon tiene helipuerto y playa privada, pero la intimidad no está garantizada y el Elíseo ha decidido construir una piscina desmontable que costará unos 34.000 euros y ha generado cierta polémica.

Nada moderno ni ostentoso

La vivienda es modesta. Las ventanas minúsculas recuerdan su origen militar y las paredes blancas el ambiente del sur de Francia. No hay nada moderno ni ostentoso, aunque el verdadero lujo es el exterior: una vista de 360 grados sobre el Mediterráneo y el macizo de Maures.

Desde la Revolución es propiedad del Estado francés pero, curiosamente, se accede a ella desde Luxemburgo. El gran ducado es dueño de la Torre Sarrazine, una mansión veraniega de la familia ducal vecina del fuerte situada en la única vía transitable que permite llegar a Bregançon. Fue Charles de Gaulle quien, para agradecer a la duquesa Carlota su apoyo durante la Segunda Guerra Mundial, concedió a la mansión su estatus extraterritorial.

También fue decisión suya convertirlo en la residencia oficial de los presidentes galos en 1986, aunque la primera noche del general en el fuerte fue una pesadilla, según cuenta el periodista Guillaume Daret en el libro ‘Le Fort de Bregançon’ (Editorial L’Observatoire) que narra la historia de 50 años de vacaciones presidenciales.

Devorado por los mosquitos en una cama demasiado pequeña para sus 1,88 metros de envergadura, De Gaulle no frecuentó el fuerte tanto como sus sucesores, ni mediatizó sus vacaciones en familia. Su estilo era casi monacal, y la época, muy distinta. Su intención fue convertirlo en un símbolo para la Historia. Desde entonces, todos los presidentes imprimen su sello a la adusta fortaleza medieval sin perder el vínculo que les une a la tradición y a una suerte de relato nacional.

Francia y los franceses

Los testimonios recogidos por Daret revelan que fue George Pompidou quien hizo suyo el lugar en los años 70. Una máxima célebre explica por sí sola la diferencia de carácter entre el general y su sucesor: “De Gaulle era Francia; Pompidou, los franceses”. A Pompidou le gustaba el sol, el calor, las escapadas en barco, la velocidad y dejarse fotografiar como un francés más. Pero también le unía a Bregançon su fidelidad a De Gaulle. La roca le recordaba Jaén, donde el general redactó parte de sus Memorias. Pompidou eligió Bregançon para redactar su testamento.

Si Pompidou abrió las ventanas de la modernidad, sería Valery Giscard d’Estaing, un presidente de 47 años, quien daría una imagen de juventud y dinamismo llegando a Bregançon conduciendo él mismo. Kennedy era ya un modelo en el arte de la comunicación y Giscard no dudó en imitarle y usar la seducción como arma política. Aunque lo que más recuerdan los Tézenas, vecinos del ilustre político, fue una llamada de teléfono. “Buenos días, soy Valéry Giscard d’Estaing, el presidente de la República. ¿Puedo ir a su casa a jugar al tenis?”. El presidente jugaría al tenis en sus pistas cada verano.

Eje francoalemán

Con el enigmático François Mitterrand, fue una plataforma de conquista política para alcanzar el Elíseo. Al presidente socialista no le gustaba la región, ni el acento del sur ni el pastís. Prefería el viento del Atlántico, sus playas y los paseos por el bosque. Se sentía prisionero en la antigua fortaleza militar. De su paso por Bregançon se recordará su encuentro con el canciller Helmut Kohl en 1985 y el nacimiento de “teléfono rojo”, la línea directa entre París y Berlín para agilizar las comunicaciones del eje francoalemán.

La edad de oro llegó con Jacques Chirac, que se daba auténticos baños de masas cada vez que iba a la misa en la iglesia de Bormes-les-Mimosas y protagonizó una de las anécdotas más jugosas cuando ‘Le Canard Encahainé’ publicó que había sido fotografiado en cueros mirando a través de unos prismáticos el yate de Michael Schumacher. No se sabe si las fotos existieron o si las presiones del Elíseo impidieron su publicación, pero lo que sí es cierto es que se rozó el conflicto diplomático con Alemania porque el piloto de Fórmula 1 traspasaba sin complejos el perímetro de seguridad marcado por la Presidencia.

Más que un lugar de vacaciones, para Nicolas Sarkozy Bregançon era una suerte de Elíseo veraniego, un despacho en el que reunía a sus ministros en plena crisis financiera internacional y en el que recibió en el 2008 a la jefa de la diplomacia norteamericana, Condoleeza Rice, en su ruta hacia Georgia. Las tropas rusas habían invadido Osetia del Sur y Sarkozy, presidente en ejercicio de la Unión Europea, consideró que una fortaleza era el lugar ideal para hablar de operaciones militares y coordinar con Estados Unidos la postura europea en el conflicto. Apasionado del deporte, los franceses todavía recuerdan su imagen vestido de ciclista bajando del fuerte acompañado de guardaespaldas.

Diplomacia deportiva

Fiel a un estilo que le costaría un récord de impopularidad, François Hollande no llegó en avión oficial sino en un tren de alta velocidad. para pasar su primer verano en Bregançon. Si las vacaciones no sirvieron para solucionar sus problemas con Valérie Trierweiler. Hollande se marcó un tanto al visitar a su vecino del Gran Ducado, el príncipe Henri, miembro del Comité Olímpico Internacional, que le dio algunos consejos para que París se hiciera con la candidatura de los Juegos en el 2024. Pero la gran novedad del último mandatario socialista fue abrir el recinto al público en el 2014. El éxito fue enorme. Acudieron 55.000 personas intrigadas por ver de cerca la vida privada de los presidentes.

Más que un lugar de vacaciones, para Nicolas Sarkozy Bregançon era una suerte de Elíseo veraniego, un despacho en el que reunía a sus ministros en plena crisis financiera internacional y en el que recibió en el 2008 a la jefa de la diplomacia norteamericana, Condoleeza Rice, en su ruta hacia Georgia. Las tropas rusas habían invadido Osetia del Sur y Sarkozy, presidente en ejercicio de la Unión Europea, consideró que una fortaleza era el lugar ideal para hablar de operaciones militares y coordinar con Estados Unidos la postura europea en el conflicto. Apasionado del deporte, los franceses todavía recuerdan su imagen vestido de ciclista bajando del fuerte acompañado de guardaespaldas.

Diplomacia deportiva

Fiel a un estilo que le costaría un récord de impopularidad, François Hollande no llegó en avión oficial sino en un tren de alta velocidad. para pasar su primer verano en Bregançon. Si las vacaciones no sirvieron para solucionar sus problemas con Valérie Trierweiler. Hollande se marcó un tanto al visitar a su vecino del Gran Ducado, el príncipe Henri, miembro del Comité Olímpico Internacional, que le dio algunos consejos para que París se hiciera con la candidatura de los Juegos en el 2024. Pero la gran novedad del último mandatario socialista fue abrir el recinto al público en el 2014. El éxito fue enorme. Acudieron 55.000 personas intrigadas por ver de cerca la vida privada de los presidentes.

Macron no ha querido sustraerse a la costumbre de sus predecesores. “No solo por una cuestión de pragmatismo -resume el autor del libro-, sino por motivos políticos y simbólicos, para encarnar la función presidencial e inscribirse en la línea de sus antecesores”.