El Gobierno británico presentó oficialmente ayer el esperado Libro Blanco sobre las relaciones comerciales entre el Reino Unido y la Unión Europea tras el brexit. La propuesta, la más completa de las publicadas hasta ahora por los británicos, incluye «un área de libre comercio» de bienes con la UE, pero descarta la idea de reconocimiento mutuo con los comunitarios en cuanto a servicios, para desmayo del mundo financiero.

May había presentado un resumen de la propuesta de sólo tres páginas en una reunión celebrada con su gabinete el pasado viernes. Ahora el documento completo contiene 98, pero no satisface plenamente a nadie. Ni a los brexiteers conservadores, ni a la City, ni a quienes preferían permanecer dentro de la UE y puede que tampoco agrade a Bruselas.

El Reino Unido propone a la UE un «acuerdo de asociación», similar al establecido por la Unión Europea con Ucrania y Georgia, proporcionándole unos «vínculos privilegiados». También establece una estrecha cooperación en defensa y facilidades para la movilidad de los ciudadanos. El brexit suave por el que finalmente se inclina May, apuesta por una relación muy próxima a la UE, demasiado íntima para los tories euroescépticos, que prometen boicotear esta forma de salida.

El Reino Unido seguirá la normativa comunitaria en bienes para evitar una frontera física entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Todo el acuerdo será supervisado por un nuevo organismo de gobierno. El Tribunal Europeo no tendrá la palabra final, pero podrá interpretar la normativa. El gobierno se compromete a acabar con la inmigración procedente de la UE, pero los europeos podrán venir al Reino Unido sin visados y trabajar en algunas circunstancias, que aún no están definidas.

La propuesta vislumbra una relación menos estrecha con el sector de los servicios, que representa el 80% de la economía británica, lo que provocó las críticas en la City. May renuncia al sistema de reconocimiento con la UE, considerado por los financieros como el más apropiado. El documento señala que el Reino Unido tendrá, «la libertad para trazar su propia vía», pero reconoce que la autonomía reguladora acarreará un número importante de problemas. «Habrá más barreras, para el acceso del mercado en la UE, de las que hay ahora».