Dominic Raab tiene la reputación de «duro». Alguien tenso, que considera a las feministas «repulsivas fanáticas». De cuerpo ancho y mandíbula cuadrada, el judoca y boxeador aficionado que fue en su juventud, encajaría en una película del hampa en blanco y negro. Un papel sin diálogo porque su fraseo mecánico le ha valido ser comparado con un androide. La comunicación no es su punto fuerte. Falta de empatía o cinismo, Raab ha defendido que no sufren pobreza, sino «falta de liquidez» quienes recurren a los bancos de alimentos.

El sustituto temporal de Boris Johnson mientras el primer ministro se encuentre hospitalizado en Londres, con poderes mal definidos y limitados, carece de experiencia y hasta hace tres años ni siquiera estaba en el Gabinete. Abogado de formación, Raab de 46 años, ha hecho carrera política apostando por el ultra brexit. El antieuropeísmo feroz le abrió camino en los tories hasta llegar a su actual puesto de Ministro de Exteriores del Ejecutivo británico.

Diputado desde el 2010, puso toda la carne en el asador durante la campaña del referéndum en el 2016 para dejar Europa. Dos años más tarde, Theresa May le nombró ministro para el brexit, puesto al que renunció cuatro meses después alegando problemas de «conciencia». Zancadilleó cuanto pudo a la primera ministra desde el grupo de diputados ultraconservadores de Jacob Rees-Mogg.

Cuando May cayó, se postuló como candidato a líder de los conservadores. Ambición no le faltaba, pero votos sí. No pasó las primeras eliminatorias. Al verse desbancado dio inmediatamente su apoyo a Boris Johnson. Éste no sólo le puso al frente del Ministerio de Exteriores. Ante el asombro y el recelo de sus colegas más fogueados, le designó Primer Ministro de Estado.

Eso le convirtió formalmente en el número dos y en sustituto del primer ministro en caso de necesidad. Algo que ahora ha ocurrido. Raab finalmente está donde quería, pero en el peor momento y las peores circunstancias posibles.