Hace 50 años, tanques soviéticos entraron en Praga para aplastar las reformas democráticas del Gobierno comunista checoslovaco, dando paso a una sangrienta ocupación cuyas lecciones muchos checos temen que hayan sido olvidadas. El aniversario, marcado por ceremonias, exhibiciones y películas sobre la Primavera de Praga y su brutal represión -que comenzó el 21 de agosto de 1968-, llega en un momento de renovada influencia para el Partido Comunista checo, marginado durante mucho tiempo en la política nacional.

Prominentes políticos de la Unión Europea explicaron que el aniversario también subrayó la necesidad de defender hoy en día la libertad y la democracia en un continente que enfrenta una nueva ola de autoritarismo en Europa del Este, a la vez que Rusia busca recuperar con todo su esplendor su anterior rol de potencia mundial.

«Ese 21 de agosto de 1968 fue un golpe en la cara», dice Vladímir Hanzel, recordando la cruda violencia del día en que 200.000 soldados del Pacto de Varsovia, en su mayoría soviéticos, pero también polacos, húngaros y búlgaros, entraron en su país. Hanzel, que entonces era un estudiante de 17 años, dijo que se dirigió al centro de Praga -en contra del consejo de su madre-, donde vio cómo las tropas extranjeras atacaban el Museo Nacional con ametralladoras al confundir el ornamentado edificio con una oficina gubernamental.

En medio de la confusión general, mientras las tropas avanzaban, los ciudadanos de Praga levantaban barricadas utilizando tranvías y otros vehículos, lo que provocó que los soldados abrieran fuego y mataran a decenas de ciudadanos.

Invasión contrarreformista

Moscú, bajo el poder del Partido Comunista, había ordenado la invasión de Praga para poner fin a las reformas del Partido Comunista checo, que había apostado por una tibia apertura del sistema relajando la censura y autorizando algunos viajes al extranjero, lo que permitió una mayor libertad a los medios de comunicación dejando, a su vez, al régimen expuesto a sufrir acusaciones de corrupción.

La inesperada invasión puso fin a la política de «socialismo con rostro humano» del líder comunista checo Alexander Dubcek, dando paso a dos décadas más de un gobierno totalitario que no vio su fin hasta 1989, con las protestas que derrocaron al régimen comunista.

Hanzel, que más tarde fue el secretario personal de Vaclav Havel, el primer presidente poscomunista del país, ha expresado ahora su preocupación por el hecho de que, por primera vez desde 1989, los comunistas checos nuevamente vuelven a tener influencia política: en julio mantuvieron su presencia en el Parlamento y ayudaron al Gobierno minoritario del primer ministro, Andrej Babis, a ganar un voto de confianza. «Es una de las grandes paradojas de hoy: los comunistas vuelven a presionar y a la gente no le importa», lamentó Hanzel.

El 50º aniversario de la Primavera de Praga también coincide con las crecientes preocupaciones en Bruselas y otros países de la Europa occidental sobre la democracia en los estados miembros poscomunistas. En este sentido, tanto la UE como grupos proderechos humanos han criticado las reformas judiciales llevadas a cabo en Polonia y Rumanía, a la vez que han dado un toque de atención por la reducción de las libertades de los medios de comunicación en Hungría. Otro legado es la profunda desconfianza que genera Rusia en la República Checa como en Eslovaquia.